Marta ha salido de su nido, en Barcelona, y ha volado a Senegal. Lo ha hecho en compañía de su padre y de su hermano menor. A pocos días de la navidad (y del decimoctavo cumpleaños de Marta), esta familia bien avenida pasa unos días tostándose al sol africano, disfrutando de visitas guiadas por reservas naturales y relajándose en un complejo turístico en el que parece que no falta de nada. Con solo llevar una pulsera, Marta y los suyos tienen acceso a todos los servicios y comodidades que, siempre en principio, tienen que hacer la vida un poco mejor. Más allá de las tensiones sin importancia y de las rencillas habituales, parece que el feliz clan está disfrutando de las vacaciones. Así lo demuestran las imágenes que cada día les va entregando su guía. El hombre, un atractivo y servicial nativo, se ocupa de mostrar a los extranjeros las maravillas de su país, pero también de documentar esta avalancha de momentos inolvidables. Su cámara digital se ha convertido en otra extremidad, y allá adonde va con sus clientes la apunta hacia ellos para, al final de cada jornada, ensamblar todos esos recuerdos en un práctico y muy económico lápiz USB.

El viaje de Marta (Staff Only), nueva película de Neus Ballús después de la revelación de La plaga, está contada a través de dos puntos de vista. El primero es el del clásico narrador omnisciente cinematográfico; el segundo se corresponde a la cámara del guía africano. Dos maneras de ver el mundo que chocarán y se entremezclarán revelando una realidad marcada por las desigualdades. Intentando evitar a su padre, Marta trata de entrar en una playa del resort, pero el acceso le es vetado a causa del incumplimiento de unas reglas que no alcanza a entender. De repente, lo idílico deviene algo amenazante. Donde antes había belleza, ahora hay una extrañeza demasiado cercana a las terroríficas aventuras africanas de Ulrich Seidl en Paraíso: Amor y Safari, películas que horadaban la abismal frontera entre el paraíso para occidentales y la pesadilla africana. El viaje de Marta encuadra este complejo ecosistema y lo hace volar por los aires gracias la intervención violenta y a la vez iluminadora de unas filmaciones digitales, gesto que nos acerca al cine de Michael Haneke, que en títulos como El vídeo de Benny o Caché (Escondido) empleó de manera autorreflexiva las home movies para destapar las taras del amnésico sueño de bienestar occidental.

En el film de Ballús, el estudio del neocolonialismo se articula desde una esfera íntima. Llevada por la curiosidad, la protagonista se adentra más allá de un cartel disuasorio que reza “Staff only”. Solo se permite el acceso al personal autorizado, es decir, a aquellas personas que conocen las entrañas de la bestia, las que saben de qué se alimenta. Allí, observando al guía enfrascado en labores de edición del vídeo para turistas, Marta descubre el engaño. Entre un corte de montaje y el siguiente, los tiempos muertos y la pequeñas riñas que habían quedado grabadas por accidente desaparecen por siempre jamás. La gracia (o el horror) es que las cuentas no cuadran cuando parece haber dos versiones de la misma historia. Ballús, directora y co-guionista, propone una toma de conciencia ante el simulacro. Los vídeos del guía aparecen pixelados hasta el borde del glitch, y eso duele incluso a la vista de alguien que se ha criado en la era digital. La ínfima calidad de la grabación alude a la calidad de la experiencia. Imágenes de baratillo para una experiencia amañada.

A través de un hábil juego de puntos de vista, Ballús filma, por partida doble, un cuento familiar sobre la entrada en esa edad en la que ya toca hacerse cargo de unos actos y decisiones que por fin serán propios. Ante tanta mentira, Marta aprende a desconfiar y busca refugio en territorios afines a la verdad: la amistad y el amor. Para ello, necesitará otra cámara, otro punto de vista más nítido. Otra manera de ver el mundo, más acorde a la autoconciencia recientemente adquirida. Así, los descubrimientos agridulces asociados al fin de la inocencia se presentan aquí inevitablemente ligados a lo cinematográfico, un medio en el que abundan los espejismos y los simulacros, pero que también nos acerca a una verdad preciada.