La pertenencia a una determinada clase social deviene uno de los temas de First Cow de Kelly Reichardt. Aunque, lejos de todo panfletarismo, el nuevo trabajo de la directora de Meek’s Cutoff articula su discurso a partir de la cuidada construcción de sus imágenes y el espiritu humanista de su relato. Así, el paseo de una chica y su perro por un paisaje boscoso al lado de un río da pie a un descubrimiento: el de dos esqueletos tumbados juntitos, como la pareja de Viaggio in Italia (Te querré siempre) de Roberto Rossellini. A partir de ahí, la película viaja al pasado para relatar qué pasó en esa misma tierra un siglo atrás, en un flashback que abarca el grueso de la película y que ahonda en la amistad entre dos hombres, un cocinero y un inmigrante chino, en el contexto de unos Estados Unidos salvajes, en los albores de una civilización que ya avistaba su horizonte capitalista.

En The Hitch-Hiker (El autoestopista), Ida Lupino planteaba un film noir que, de tanto alejarse de los códigos del género, terminaba precipitándose sobre el terreno del western. Dos amigos de viaje por el sur americano se convertían en los rehenes de un asesino. El paisaje, árido y diurno, era propio del cine del oeste. Esta no era la única subversión de la película: Lupino, una de las pocas directoras en la edad dorada de Hollywood, firmaba una cinta en la que la única voz de mujer era la de la víctima del asesino, que gritaba en fuera de campo al arranque de la película. En First Cow, Reichardt retoma esta tradición: hay apenas un único personaje femenino con líneas de diálogo en la película, en las que se limita a traducir unas frases a la lengua de los indígenas. Como Lupino, Reichardt desplaza las presuposiciones de lo que se considera el cine hecho por mujeres y se interesa –como en Old Joy, por otro lado– por la amistad masculina. Como en The Hitch-Hicker, la directora de Certain Women vacía el género del western de algunos de sus códigos más visibles, pero le otorga uno de sus cimientos más hondos, el del relato fundacional. A la vez, lo llena de pequeños gestos cotidianos, de la profundidad de los vínculos afectivos, que se dibujan mediante otra profundidad, la de campo.

Víctor Esquirol

La acción (por así llamarla) de First Cow, la nueva película de Kelly Reichardt, promete al espectador un viaje a la lejanía, tanto en el espacio (al estado de Oregón) como en el tiempo (hasta la década de 1820), pero arranca con una imagen familiar. Como en Wendy and Lucy, una chica pasea por el bosque, sin mayor compañía que la de su perro. Pero antes, una secuencia reveladora: por un río, navega, con paso amenazadoramente lento, un buque carguero cuyas gargantuescas dimensiones rompen con violencia las proporciones de la naturaleza que le rodea. Estamos en el presente. Lo confirma la vestimenta de la chica, que transita entre árboles y arroyos cargada de curiosidad. Quiere mirar lo que hay a su alrededor (así lo confirman una serie de planos estáticos que simulan su vista subjetiva); disfruta descubriendo el mundo. Entre esta actitud y el olfato de su perro, da con un tesoro enterrado que, ahora sí, pondrá en marcha la ficción histórica prometida. Consciente de que sus pies pisan un suelo antaño cargado de oportunidades, Reichardt decide escuchar una tierra cargada de historias.

La narración de First Cow transcurre en su práctica totalidad como un flashback, o si se prefiere, como una huida del presente. En el tiempo pretérito del film, el río está ocupado por embarcaciones modestas que parece que vayan a ser engullidas, en cualquier momento, por unas aguas que, en honor a la verdad, tampoco se muestran excesivamente peligrosas. Reichardt sitúa al espectador sin recurrir a grandes tomas generales, sino mediante la intimidad del plano detalle. La directora de River of Grass nos invita a abrazar una escala humana. Se mire donde se mire, no se atisba ninguna construcción que desafíe los parámetros de su entorno. La tierra aún es virgen; el hombre aún no ha consumado su expolio. La cámara, de hecho, contribuye a esta sensación filmando a las personas desde una distancia y a una altura ideales para que las ramas y los troncos que les rodean acaben de abrazar sus frágiles cuerpos. Las hojas y la piel forman así un todo precioso, que debe ser igualmente preservado.

A esto se dedica Reichardt, a espantar los males que nos han separado de este equilibrio. Lo hace sin malgastar energías en la condena, sino esmerándose en el cometido más noble: que luzca todo aquello por lo que merece la pena luchar. A propósito de esto, un hombre entra en un bar, y otro hombre le increpa. Se cruzan miradas de odio e insultos envenenados, y cómo no, a los pocos segundos, sacan sus puños a pasear a la calle. No obstante, la cámara no sigue tan lamentable espectáculo. No le interesa. En vez de esto, decide quedarse en el bar, donde está germinando aquello que va buscando. Al espectador, le sigue llegando el rumor de la brega callejera, pero nuestros ojos solo pueden ver a dos personajes que han decidido quedarse al margen de aquel caos, y que empiezan a construir lo que algún día, quizás, podrá considerarse como una relación sólida (llámese amistad, romance, o lo que esté en medio). El único combustible de First Cow es el amor. Después de Certain Women, Reichardt retorna al particular universo masculino de Old Joy, ese mundo en el que lo sensible se hacía lugar entre prejuicios y condicionamientos sociales.

Como ocurría en Meek’s Cutoff, con la que Reichardt incursionó en el neo-western itinerante, First Cow funciona como una máquina del tiempo que en ningún momento siente la angustiosa (y algo testosterónica) necesidad de ponerse épica. Al revés, evita la idealización del pasado, definiendo su identidad a través de gestos que a simple vista podrían pasar por irrelevantes, pero que en realidad lo significan todo. Tanto en el mimo por los detalles visuales, como en la constante filmación naturalista de trabajos artesanales, la película se toma siempre su tiempo… porque está claro que ama su transcurso. Lejos del ruido y las prisas de los tiempos actuales, acomodada entre el silencio, la pausa y la reflexión, First Cow encuentra su ilustre lugar, adaptando la novela homónima de Jonathan Raymond (guionista habitual de Reichardt) y evocando la jovialidad aventurera de Mark Twain y la emocionante humildad de John Steinbeck. He aquí la historia de dos amigos que, en plena fiebre del oro, en vez de encontrar pepitas, se esmeran en hacer pastelitos de efectos proustianos. El cine como refugio y utopía.