Después del revelador boom de Ciutat morta, y de acabar de definir el tono con Tarajal: Desmontando la impunidad de en la frontera sur, llega Idrissa, crónica de una muerte cualquiera, película en la que la dupla de documentalistas formada por Xavier Artigas y Xapo Ortega sigue lanzando preguntas incómodas sobre el valor de la vida humana en tiempos de garantías democráticas precarias. El caso de un joven inmigrante de Guinea, Idrissa Diallo, muerto en 2012 en un Centro de Internamiento de Extranjeros en Barcelona sirve para reflexionar, una vez más, sobre las implicaciones del monopolio de la violencia como elemento definitorio sine qua non del Estado. A lo mejor por esto mismo la investigación (centrada en el paradero del cuerpo del inmigrante) encuentra tantas trabas. Si con dedicación y rigor periodístico se destaparon las vergüenzas de la ciudad condal, parece que con esto no basta para torpedear la línea de flotación de la administración a nivel estatal.

Y es que en Idrissa reina la frustración, que se ceba con una narración que en demasiadas ocasiones se ve incapaz de orientarse en el laberinto de opacidades y turbiedades en el que se oculta el poder. Pero irónicamente es en esta impotencia donde Artigas y Ortega encuentran la auténtica fuerza del film. No en vano, la película está construida principalmente a partir de caras; de primeros planos de gente común, incapaz de comunicarse con quien desea: ese ser añorado, esa administración omnipresente pero invisible, que calla, esconde y se esconde cuando la necesidad humana llama a su puerta. Llegados a este punto, las personas se convierten en poco más que manchas de Google Earth, en otro dato que, al menos, debería servir para reflejar las miserias de un sistema que sobrevive a través de los mecanismos de dominación más crueles.

Un hombre africano intentó entrar en Europa, pero no pudo porque un gobierno se lo impidió. Una vez muerto, el propio gobierno hizo todo lo posible para que el inmigrante no pudiera regresar a su casa. Una paradoja macabra, indecente, intolerable. Un último foco de indignación que estos cineastas indignados revierten en un último y esperanzador estallido de luz. En este sentido, la recta final de Idrissa es una lección de llamamiento a la conciencia de los movimientos populares, para que éstos encuentren por sí mismos la dignidad y el respeto que se les ha negado desde las más altas instancias. Artigas y Ortega, desde abajo, miran hacia arriba, y con el puño alzado.