La primera escena de Introduction, la nueva película de Hong Sang-soo, muestra una imagen que remite directamente a La mujer que escapó, el anterior film del cineasta surcoreano, donde las mujeres acaparaban el protagonismo, hasta tal punto que no se alcanzaba a ver el rostro de ninguno de los personajes masculinos. Ahora, parece repetirse la jugada: vemos la espalda de un hombre encorvado sobre sí mismo, en actitud delatora de una tensión insoportable. Ante él, temerosamente inclinado, se erige un altar profano: una pantalla de ordenador apagada; una página en blanco que inspira terror. Pero resulta que, en realidad, este hombre se está dirigiendo a instancias más elevadas. Junta las manos y agacha aún más la cabeza para suplicar la gracia del Señor. Pide “una nueva oportunidad”, y a cambio está dispuesto a lo que haga falta. Las deudas, ya lo sabe, se pagan con los bienes de los que uno dispone, pero también con las acciones que podrá llevar a cabo. Una vez terminada la plegaria, se levanta, la cámara abre zoom y el hombre abandona la habitación.

Corte, y ahora estamos en el exterior, en una calle donde camina, hacia nosotros, una pareja de jóvenes. Y por fin volvemos a ver un rostro masculino. En este nuevo juego, se heredan las normas del anterior… pero estas no tardan en modificarse. El cine de repeticiones y variaciones de Hong Sang-soo, compuesto últimamente por piezas muy breves (la que nos ocupa apenas suma los minutos necesarios para ser considerada un largometraje), puede ser visto como una macro-película conformada por micro-films. Por un lado, tenemos un catálogo de temas recurrentes y gestos reconocibles: esos acercamientos que subrayan determinadas declaraciones, esos paneos que destilan curiosidad o pesadumbre etílica… Por el otro lado, en este recorrido emergen cambios que revelan un mundo vivo, misterioso. A pesar de moverse siempre en un marco reconocible, el cine de Hong no deja de buscar nuevos ángulos, nuevas posiciones, nuevos caminos. La magia de Hong (imperceptible a primera vista) se explica, en parte, a través de este acto: a fuerza de contar siempre lo mismo, llega a nuevos territorios, a nuevas ideas.

En Introduction, tragicomedia romántico-familiar dividida en tres capítulos y en dos países, prevalece la mágica sensación de estar ante un cine que se despliega en directo. En este caso, la pandemia del coronavirus se instala como discreto pero perceptible telón de fondo, mientras que la acción pasa por Berlín, ciudad que el propio autor visitó, hará un año, para presentar La mujer que escapó. Escenarios que reflejan nuestro presente y apuntes a pie de página que son fácilmente interpretables como referencias más o menos veladas a la vida íntima del propio Hong. Todo en orden. Aun así, como cabía esperar, Introduction reniega de las zonas de confort. Tras el respiro cromático que supuso La mujer que escapó, volvemos a la casilla del blanco y negro, que ahora está ocupada por la juventud. Por unas nuevas generaciones que, eso sí, sienten sobre ellas el peso asfixiante de aquellas que les precedieron. Hong vuelve a invocar a más-que-probables alter egos, a despertar fantasmas de infidelidades y a bañar con soju esas discusiones marca de la casa en bares que, por mandato sanitario, han sido convenientemente despejados de público indeseado… Pero esta vez el zoom se fija en los más jóvenes, los que están “introduciéndose” en el mundo; en particular, en la relación que une a los hijos y a las hijas con sus respectivos padres y madres.

La distancia que separa a los primeros de los segundos marca los objetivos y el tono del texto, pero también se refleja en unas imágenes cuya aparente nitidez, en realidad, no deja de abrir interrogantes que no tienen por qué ser respondidos. Un joven, que seguramente es la razón de los rezos de su padre, camina por una playa gélida, pero se detiene, pues siente que, desde muy lejos, su madre le está mirando. Y sí, parece que la mujer le observa desde el balcón de un hotel. Él quiere hacer la suya, pero también sentirse cuidado; ella, que le dejen en paz, pero también asegurarse de que su retoño irá por el buen camino… trazado por ella. El caso es que el chico la ve y levanta la mano, pero reprime el gesto de agitar el brazo en el aire, pues ni él ni nosotros sabemos si ella está saludando, o si está fumando, o si simplemente se está agitando el cabello.

Una vez más, Hong, el realizador, guionista, montador, compositor y director de fotografía que sabe que se puede conocer a alguien por cómo bebe y fuma (por sus vicios, vaya), pero también por cómo abraza y besa, propone misterios que no necesariamente deben ser confrontados de manera directa. Ahí quedan, dispuestos por el camino (vital), cual piedras con las que tropezar incontables veces… y con las que aprender. Los personajes de la expansiva constelación de Hong siguen siendo el recipiente de errores en los que, con suma vergüenza, nos podemos ver reflejados, pero también se comportan como inspiradores fuentes de ternura y sabiduría. La vida fluye a través de todos ellos, y ahora, además, se pasan el testigo los unos a los otros: el cine como eterna introducción hacia esa historia que nunca terminará.