Krabi, 2562 se presenta ante el espectador como el fruto de la asociación artística entre el cineasta británico Ben Rivers y la tailandesa Anocha Suwichakornpong, que unen sus inquietas y heterodoxas sensibilidades para perfilar un viaje (físico y fílmico) que invita a expandir las fronteras de la propia idea de lo itinerante. No se trata solo de explorar un espacio exótico, sino también de descubrir las líneas temporales que conviven en él. ¿La trama (si podemos llamarla así)? Un actor se toma un merecido descanso entre toma y toma del rodaje de un anuncio de un refresco. Durante este paréntesis, se adentra en la frondosidad de la selva, y ahí choca con un hombre de las cavernas, una suerte de eslabón perdido no solo de la evolución humana, sino también de la Historia tailandesa. Interconectando lo geográfico, lo etnográfico y lo político, Rivers y Suwichakornpong proponen una visita que tiene poco que ver con la ruta turística y mucho con la odisea espiritual.

Los momentos más inspirados de Krabi, 2562 (más allá de la elocuente denuncia de los brutales mecanismos de control ejercidos por el régimen militar tailandés) son aquellos que despiertan, en plena naturaleza, una especie de síndrome de Stendhal. Un vértigo que, según los directores, surge de la comprensión del contexto histórico y del respeto hacia los habitantes del lugar. Un pulso contemplativo que, sin solución de continuidad, se transmuta en lo que cabría definir como un trasunto de película de Hong Sang-soo pero protagonizada por el mismísimo Oliver Laxe, que encarna a un cineasta atormentado por su propio ego y por sus anhelos sexuales. Tal cual, y recordemos, a tales efectos, el díptico compuesto por The Sky Trembles and the Earth Is Afraid and the Two Eyes Are Not Brothers de Rivers (protagonizada por Laxe) y Mimosas de Laxe. El resultado de este cóctel observacional-narrativo es el desembarco en una dimensión marcadamente intangible y misteriosa.

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