Partir de un detalle pequeño para alcanzar una perspectiva global (o, como mínimo, europea) es práctica habitual de Jean-Pierre y Luc Dardenne. Los hermanos belgas han dedicado toda su filmografía a la auscultación del Viejo Continente; y, precisamente, esa es la primera acción que vemos hacer a la protagonista de su nuevo film, La chica desconocida. Jenny (Adèle Haenel) es una doctora tan joven como responsable, cuya primera norma es que las emociones no obstruyan su juicio profesional. Una noche, tras haber cerrado la clínica, alguien llama a su puerta, pero ella decide no abrir, puesto que ya ha cumplido con su jornada laboral. Al día siguiente, la policía le informa de que la persona en cuestión era una joven inmigrante que huía de alguien, y que ha sido hallada muerta. Reconcomida por la culpa, Jenny aprovechará cualquier hueco que le deje el trabajo para hacer pesquisas que aclaren lo ocurrido o, al menos, den con el nombre de la fallecida.

Los Dardenne sitúan la acción de La fille inconnue en el mismo escenario que el resto de su obra, Seraing, pero, en este caso, el paisaje adquiere una connotación adicional, puesto que el municipio es vecino de Lieja, hogar de Georges Simenon. Esta vecindad con la cuna de uno de los grandes autores de novela negra corre en paralelo a la proximidad al género detectivesco que influye a la película, sin llegar a poseerla del todo. A medida que avanza el metraje, Jenny se va convirtiendo en una detective improvisada, y uno no sabe si atribuir por completo a la casualidad el hecho de que la tirante personalidad de la protagonista, e incluso su vestimenta, guarde cierta similitud con la de la detective Linden en la serie The Killing (el papel, además, permite a Adèle Haenel suavizar ligeramente su registro de “antipatía interesante”).

La necesidad de saber qué propulsa La chica desconocida lo convierte inmediatamente en un film teñido por una curiosidad positiva, y aunque la decisión de la protagonista de renunciar a un puesto en una clínica de prestigio para seguir ocupándose de una consulta de barrio resulte un tanto precipitada, la dosificada información, plagada de puntos muertos, que estructura este thriller mínimo da cuenta del talento de los Dardenne para manejar en clave realista cualquier tipo de ficción. Los cineastas han domeñado su particular parcela cinematográfica hasta privarla de margen de error y, de hecho, el único problema del film llega cuando intentamos dejar de verlo como la “historia de Jenny” para contemplarlo como “Una Historia de Europa”.

¿Puede la joven muerta de La fille inconnue contener a todos esos inmigrantes y refugiados que pierden la vida cerca de nuestras casas sin que a nadie le importe demasiado? ¿La mala conciencia de Jenny es, también, el estéril sentimiento de culpa de la Unión Europea? ¿Es la costumbre la que nos lleva a esta interpretación, o son sus autores quienes nos animan a ello? Resulta difícil saberlo, pero, en cualquier caso, los fríos aplausos, y el solitario pero sonoro silbido, que recibió la película en la proyección de prensa del film en el Festival de Cannes sugieren que, a lo mejor, ese manual de estilo que los Dardenne conocen tan bien empieza a quedarse un poco pequeño si lo que pretende es explicar el mundo.