Tras alzarse con el premio a la mejor película de la sección Un Certain Regard en el Festival de Cannes de 2009 con Canino, el griego Yorgos Lanthimos se estrenó este año en la sección oficial del certamen francés con Langosta (The Lobster), su primera película hablada en inglés y protagonizada por actores de Hollywood. Lanthimos es el perfecto ejemplar del vástago cannoise: un autor con un universo de rasgos perfectamente identificables. Las dos primeras escenas de The Lobster no dejan lugar a dudas sobre la consistencia del estilo-Lanthimos, aunque, como veremos, la nueva película del director de Alps se beneficia de una variación en el trato que Lanthimos dispensa a sus personajes. En la primera escena, vemos a una mujer de rostro impasible ejecutando con una pistola a un asno indefenso. En la segunda, un Colin Farrell caracterizado como el Flanders de Los Simpson pregunta a alguien fuera de campo si lleva “gafas o lentillas”, justo antes de un súbito corte a negro. Bienvenidos al universo surrealista, afilado, absurdo y metafórico de Lanthimos, uno de los sátiros favoritos del Planeta Autor.

Como ocurre con las otras dos películas de Lanthimos, la suerte de Langosta se juega, en gran medida, en su desconcertante premisa. Así, mientras en Canino asistíamos a los perversos juegos de dominación que un patriarca ejercía sobre su clan, y en Alps un grupo de personas se dedicaba a reemplazar a los muertos de familias afligidas, The Lobster nos sitúa en un hotel donde se ofrece a las personas solteras –apestadas por la sociedad– la posibilidad de encontrar pareja. Como suele ser la norma en el universo de Lanthimos, los emisarios del poder, que en este caso son más que nunca el brazo ejecutor de una distopía orwelliana, cuentan con la ayuda de sus víctimas: individuos sumidos en una suerte de hipnosis masoquista. Un abatimiento perfilado en la gestualidad abatida, anestesiada (a lo Bresson), de los clientes de un hotel/sanatorio/cárcel en el que no es posible inscribirse como “bisexual” ni tampoco masturbarse. Lanthimos disfruta poniendo a prueba las nulas habilidades sociales de sus buñuelianas criaturas, que deben apresurarse en su búsqueda de una pareja si no quieren ser “transformados” en animales salvajes. A la salida de la proyección del film en Cannes, varios compañeros me comentaron que The Lobster parece una versión de autor de Los juegos del hambre. Yo la veo mucho más cercana al extrañamiento de la majestuosa y turbadora De la guerre de Bertrand Bonello, a la que cabría sumarle unas dosis de humor a la Kaurismäki para completar el cuadro.

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Guiados por la voz en off de Rachel Weisz –que recuerda a la de John Hurt en Dogville–, nos sumergimos en este mundo dominado por el absurdo beckettiano. La parábola que nos ofrece Lanthimos apunta hacia múltiples direcciones: una sociedad que penaliza la soltería (una idea que podría haber firmado Saramago); la terapia y la autoyuda como panaceas existenciales (a la Houellebecq); la deriva narcisista de las relaciones interpersonales (a lo Fincher en Perdida); y, como argumento de fondo, la violencia autoritaria con la que el sistema impone sus reglas. Lanthimos presenta el mundo de The Lobster como una colección de fotos fijas en ligero movimiento, casi unos tableaux vivants de la alienación contemporánea: la parálisis es el sino de su universo.

Hacia la mitad del film, cuando la premisa argumental empieza a agotar su efecto sorpresa, Lanthimos amaga con desplegar uno de sus habituales carruseles de crueldad, coronado por las estampas de varios animales apaleados por diferentes personajes. Todo parece listo para uno de sus simplistas y gratuitos in crescendos de incómoda agresividad. Sin embargo, para sorpresa (muy grata) de este crítico, la película toma otro camino, un senda marcada por un romanticismo turbio que permite a los desesperados protagonistas resguardarse en un refugio privado de ternura, algo inédito en el gélido imaginario de Lanthimos. Parece lícito identificar en este cierto reblandecimiento emocional el deseo de Lanthimos de llegar a un público más amplio, algo que concuerda con su decisión de rodar en inglés y contar con un elenco de estrellas internacionales (Farrell, Weisz, John C. Reilly, Ben Whishaw, Léa Seydoux). Sea como sea, vale la pena celebrar el giro ligeramente humanista que parece haber tomado la trayectoria de un director al que habrá que seguir la pista.