Cuando vemos una película, ¿qué nos interesa más, el relato o el mensaje? Es una cuestión espinosa a la hora de proponer cualquier reflexión, puesto que la fijación en lo tangible podría limitar el alcance de la obra, mientras que la elaboración de una teoría en base a sus resonancias podría incurrir en el vicio de la sobrelectura, y alejar el análisis de las especificidades del film. Huelga decir que este riesgo afecta también a los creadores de la película, ya que encontrar el equilibrio entre lo concreto y lo general es un arte en sí mismo. En este sentido, el rumano Cristian Mungiu (ganador de la Palma de Oro de Cannes con 4 meses, 3 semanas, 2 días) no parece excesivamente interesado en que el espectador tenga margen de maniobra alguno en la lectura de su cine, por lo que resulta complicado acercarse a su última obra, Los exámenes, por otra vía que no sea la del Diagnóstico.

Lo cierto es que, en sus primeros compases, Los exámenes parece tener los pies en la tierra: Romeo Aldea es médico; su hija Eliza es una estudiante modélica a punto de graduarse en el instituto, y todo apunta a que obtendrá una beca para cursar la carrera de psicología en el extranjero. Pero, una mañana, ella es agredida sexualmente, colocándola en una posición traumática que no le permite concentrarse en sus exámenes finales. Preocupado por el porvenir de su hija (en detrimento de su complicado presente), Romeo hará todo lo posible por asegurar que las calificaciones de Eliza no bajen de media, y pueda seguir optando a beca.

Con esta premisa habría suficiente para realizar, al menos, un penetrante retrato de su protagonista: un hombre digno y esencialmente honesto (ni siquiera oculta a su esposa que está manteniendo una relación con otra mujer) al que las circunstancias llevan a cuestionarse sus valores. Pero Mungiu necesita rellenar cada escena y, casi, cada diálogo con algún tipo de referencia a “favores” y “atajos”, dejando bien claro que la rumana es, fundamentalmente, una sociedad que funciona a base de corrupción y nepotismo. Eso es algo que Romeo sabe a la perfección, tras el desengaño que le supuso regresar al país tras la caída del comunismo y encontrar que las cosas no habían cambiado tanto, y por eso está tan determinado a que Eliza abandone una tierra sin salvación posible para prosperar en el Reino Unido. El espectador comprende sus preocupaciones desde el primer minuto, pero el problema no viene acompañado de ninguna evolución. Mungiu no se hace preguntas, ni investiga; simplemente, expone su caso de manera que las imágenes den la razón a una tesis que parecía haber cerrado ya en la primera letra del guion.