Si los años 2000 se caracterizaron por una serie de películas románticas donde el protagonista, un hombre absorto en su propia inmadurez, era salvado gracias a la locura de la Manic Pixie Dream Girl de turno, la década de los diez destaca por un efecto en principio contrario. La mujer en el cine pasó a tomar las riendas de su propia narración vital y películas como la muy influyente La boda de mi mejor amiga –escrita por Kristen Wiig y Annie Mumolo– inauguró un periodo que iría desde las Girls de Lena Dunham a los personajes ideados por Amy Schumer y Greta Gerwig o, en el caso patrio, al rol de Leticia Dolera dirigiendo, escribiendo y protagonizando Requisitos para ser una mujer normal. Todos estos ejemplos, de calidad sumamente variada, parten de la figura de una mujer consciente de que no puede encontrarse a sí misma en el otro… pero que aun así lo busca. La comedia sigue siendo romántica pero aquí las protagonistas pasan por un proceso de deconstrucción marcado por una búsqueda interior, único camino para el encuentro con los demas. Es en cierto modo un romanticismo del yo.

María (y los demás) responde en parte a esa figura: la mujer que, pese a su inmadurez, se sabe responsable de su propio proceso y camino. En este sentido, la ópera prima de Nely Reguera, única representante española en la sección Nuevos Directores de San Sebastián, ofrece un personaje femenino complejo que no puede entenderse sin la actriz que lo lleva a la vida. Barbara Lennie es una de esas actrices en cuyo rostro puede leerse un guión entero; una actriz cuyo gesto está, al mismo tiempo, controlado al milímetro y dotado de una extrema naturalidad; tanto que resulta imposible creer que estemos ante un artificio. En principio, su selección como protagonista de María (y los demás) podría prestarse al cuestionamiento: una figura tan firme como la de Lennie se antoja poco adecuada para un papel de treintañera “normal” cuya vida emocional y laboral es un desastre debido, principalmente, a su propias inseguridades. Aun así, su elección denota la sabiduría de una directora, debutante pero decidida, que intuye que el casting no debe plegarse a la forma, sino al fondo.

Hay un momento en María (y los demás) que demuestra el acierto en la elección de Lennie. Se trata de una secuencia donde la protagonista acompaña a su futura madrastra a comprarse un traje de novia, y aprovecha la espera para probarse uno. Ese instante resume la evolución de la protagonista femenina en el audiovisual de las últimas dos décadas: comenzando con la obsesión por el matrimonio de la protagonista de La boda de Muriel, pasando por el chiste acerca de la soltería con los tres trajes de novia alquilados de Friends, y finalizando con el gag escatológico de la defecación con el vestido puesto en La boda de mi mejor amiga. Aquí, María se encuentra en un probador frente a varios espejos y sonríe en busca del mejor autorretrato posible. Su sonrisa remite a las famosas instantáneas que Milton H. Greene sacó de Marilyn Monroe con tutú y da la sensación de que María (y también Bárbara, y Nely) es consciente de su imitación de una figura femenina ya obsoleta: el simulacro se plasma en unas fotos que la protagonista envía a su amante. Cuando, esa misma tarde, la falta de respuesta provoca que María entre en pánico, el sutil dominio cómico de Lennie resulta ya imparable: incapaz de escuchar a sus amigas y totalmente centrada en su propio drama, María se derrumba al tomar consciencia de que se ha puesto en la piel de una figura que no le corresponde. No se trata sólo de la presión que puede haber causado en su amante (pasajero) verla vestida de novia, sino el miedo a haber caído presa del tópico. Una sombra que también sobrevuela el trabajo de dirección de Reguera.

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María (y los demás) consigue trascender el arquetipo diseccionándolo a conciencia. La protagonista viene de unos meses ejerciendo de cuidadora de su padre enfermo de cáncer: es la cocinera, la limpiadora y la esposa ausente, pero este rol múltiple no se subraya y por contra la relación está trazada con un cariño extremo. Lo mismo puede decirse de los vínculos entre María y sus hermanos o su futura madrastra, todos ellos personajes hábilmente descritos en apenas un par de pinceladas. María es el centro del relato y de su familia, pero de algún modo siempre se sitúa en los márgenes. La dirección y el guión de Reguera dota de una importancia similar a cada personaje dentro del encuadre y de las secuencias porque sabe que ellos son los que mejor van a definir a su protagonista, y Lennie, actriz generosa, nunca colma el plano sino que intercede a favor de sus contraplanos. María es un personaje puntilloso pero nunca irritable porque Reguera y Lennie juegan a contarnos sus defectos sin caer nunca en la parodia. En María (y los demás), el desastre no es una vía de escape cómico, sino una prolongación una realidad agridulce.

Es precisamente en esa realidad donde la película funciona mejor: en las largas sobremesas donde ya no se puede hablar de política, en los secretos cómplices entre hermanos que acaban usándose como arma, en la pesadilla de tener amigos obsesionados con la nutrición o los embarazos, en las fogosas relaciones amorosas que en realidad sólo buscan el desfogue, etc. Por eso sorprende que Reguera utilice en dos ocasiones un recurso que funciona de una manera un tanto contradictoria respecto a la propuesta. La trama sitúa a María trabajando en una tienda de libros y siendo escritora de una novela en eterna construcción: sabemos que su objetivo es terminar su ficción autobiográfica y publicarla con éxito, pero Reguera decide materializar ese sueño en unas imágenes fantasiosas que no acaban de encajar en una película que funciona mejor con los pies en la tierra. Da la impresión de que la mano de la cineasta se sitúa por encima de su protagonista, aunque también se detecta una profunda confianza de la directora en esas imágenes ilusorias. Una confianza que merece ser tenida en consideración.