Matthias & Maxime, la nueva pleícula de Xavier Dolan, aborda la historia de Matt (Gabriel D’Almeida Freitas) y Max (el propio Dolan), dos amigos de la infancia que, llegada la treintena, siguen resistiéndose a aceptar el deseo amoroso que late entre ambos. La posibilidad del romance parece lastrada por un entorno castrador. Max quiere escapar de Canadá y de su tóxica familia para buscar nuevos horizontes vitales en Australia (la cuenta atrás de dicho viaje fija cronológicamente el relato), mientras que Matt parece atrapado entre una estresante carrera profesional en el mundo de los negocios y una novia complaciente.

Como suele ocurrir con el autor de Mommy, Matthias & Maxime reparte entre el público un buen número de golosinas para los sentidos. La filmación en formato analógico genera un extraña sensación anacrónica: la textura de las imágenes busca despertar la nostalgia por el cine predigital, mientras que los personajes, abocados a la incontinencia verbal, no ahorran menciones a la realidad más contemporánea: Instagram, iphones, series de HBO… Las múltiples referencias a la cultura popular, de Dragon Ball a El indomable Will Hunting, buscan despertar la complicidad del público, mientras se nos invita a reír con el patetismo encantador de una pintoresca galería de personajes (un recuerdo particular para la madres exaltadas y ordinarias, puro kitsch, que son ya una marca de fábrica del Dolan más almodovariano). Aunque, a la postre, el truco más efectivo de Matthias & Maxime llega con la invocación de la fraternidad masculina que impera en el grupo de colegas del que forman parte Matt y Max. Ahí la película encuentra una fuente inagotable de indolencia y hedonismo, ingredientes fundamentales de una comedia de la irresponsabilidad que Dolan explota a placer.

Sin embargo, el problema de Matthias & Maxime es que los aperitivos de dulzor efímero apuntados en el párrafo anterior no consiguen hacer olvidar los problemas que encuentra Dolan para dotar de densidad emocional la historia de amor prohibido entre la pareja protagonista. Sostenida por un conjunto de gozosas escenas musicales (al ritmo de Pet Shop Boys o Britney Spears), la película va dando bandazos por la existencia de unos personajes carentes de profundidad psicológica. Dolan confía en su capacidad para capturar la intensidad del vínculo amoroso a través de las miradas furtivas y melancólicas que intercambian sus amantes crucificados, pero la afectación emocional de dos actores de talento limitado (Dolan y D’Almeida no son precisamente Tony Leung y Leslie Cheung) no basta para mantener en pie la pirotecnia sentimental de la película.

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