Con el rigor del que sabe que cada imagen cuenta, pero también con la irreverencia necesaria para profanar lo sagrado, los miembros del Colectivo Negu (Ekain Albite, Mikel Ibarguren, Nicolau Mallofré y Adriá Roca) construyen su primer largometraje, Negu Hurbilak, sobre un conjunto de distancias abismales: entre el silencio tácito y el bramido de furia, entre el cine narrativo y la obra conceptual, entre la esfera pública y la experiencia íntima, y entre el arrojo de la juventud y la fatiga que dejan los años de lucha. Esta noción de brecha profunda se manifiesta ya en la cita con la que se abre la película, procedente de un tema del cantautor vasco Mikel Laboa que da título al film: “No me asusta el cercano invierno / en el calor pleno del verano / pues sé que el presente permanece / también en el futuro”. Se perfila así un tránsito estacional y un recorrido metafísico que Negu Hurbilak recorre aferrándose a algunos de los pilares del cine de la modernidad. Como en la obra del griego Theo Angelopoulos, unos prolongados y morosos travellings encapsulan los engranajes del tiempo y la vida social: en este caso, la labor conjunta de un grupo de ciudadanos que colaboran para que una joven pueda escapar de la autoridad. Y luego, como en el cine de Claire Denis, las monumentales estampas paisajísticas parecen evocar una cierta tensión interior.

Negu Hurbilak teje su agujereado telar narrativo en torno a dos fechas señaladas, de forma tangencial, en sendas emisiones radiofónicas y televisivas (los dispositivos digitales brillan por su ausencia en esta película filmada en 16mm). La primera emisión es del 20 de octubre de 2011 y recoge el anuncio de ETA del “cese definitivo de su actividad armada”. La segunda es del 19 de abril de 2013 e informa de la detención de seis jóvenes miembros de la organización Segi, ilegalizada en 2002 por el juez Baltasar Garzón. Como un cabo suelto de la Historia, la joven protagonista de Negu Hurbilak, interpretada con reserva y emoción por Jone Laspiur, recorre la región fronteriza con Francia del País Vasco y Navarra contando con la complicidad de individuos de diferentes edades, aunque todos son mayores que ella. El trasfondo político palpita con fuerza en esta crónica de una huida clandestina que aísla y tamiza los ingredientes del cine noir: el suspense, la nocturnidad, la paranoia, el aire de fatalidad… Sin embargo, de entre las grietas del relato, trascendiendo el contexto, va tomando forma un acercamiento más abstracto a la idea del angst existencial, un desencanto que se materializa en el gesto apagado de la protagonista y en la forma lánguida de la película. Este desplazamiento de lo mundano a lo filosófico, pasando por el territorio de lo físico, conecta Negu Hurbilak con la magistral Essential Killing, el film de 2010 en el que el polaco Jerzy Skolimowski diseccionó la odisea de supervivencia de un soldado afgano que escapaba de las tropas norteamericanas por las montañas del este de Europa.

Con su tratamiento elusivo del conflicto vasco, Negu Hurbilak se desmarca del audiovisual español de los últimos tiempos. Frente a la ortodoxia narrativa de una película como Maixabel o una serie como Patria –obras construidas a partir de la certeza de un horizonte de reconciliación–, el film del Colectivo Negu se resiste a ofrecer respuestas o soluciones concluyentes. De hecho, en vez de caminar hacia la convergencia de sus piezas, Negu Hurbilak, con una audacia sorprendente tratándose de una ópera prima, avanza disgregando a sus personajes y depurando su puesta en escena. Los sinuosos travellings de la primera mitad del film son sustituidos por planos fijos, la mayoría generales. Y el encadenamiento de acciones, que mantenían en movimiento el relato, se ve interrumpido por una pugna paralizante entre la joven prófuga y un hombre más mayor que vive al cuidado de un rebaño de ovejas. En este choque intergeneracional entre un anfitrión reticente y una huésped angustiada aflora un mutismo que revela tensiones no resueltas, enterradas bajo una gruesa capa de frustración.

Negu Hurbilak trae a la mente algunas de las películas políticas más significativas de lo que llevamos de siglo XXI. Por una parte, en su acercamiento formalista a la idea de un desencanto generacional, conecta con El futuro, en la que Luis López Carrasco evocó los sueños truncados de la España de la Transición (vale la pena recordar que López Carrasco se forjó como cineasta en el seno de Los Hijos, otro colectivo fílmico de espíritu insurrecto). Y, luego, por su naturaleza silente y esquiva, opuesta de la idea del panfleto, Negu Hurbilak dialoga con La carga, en la que el serbio Ognjen Glavonic destapó sigilosamente la limpieza étnica ordenada por el gobierno de Slobodan Milošević en la zona de Kosovo en 1999. La reunión de estas películas invita a celebrar la existencia de una estirpe de jóvenes cineastas decididos a pasar cuentas con el pasado desde una perspectiva alternativa al discurso oficial. El resultado común de estos esfuerzos es un cine reflexivo y nada didáctico, que apuesta por lo procesual en su intento por verter algo de luz sobre realidades difuminadas por la Historia. Además, en el caso específico de Negu Hurbilak, la negativa a caer en lo pedagógico y lo edificante puede verse como una condena de los discursos populistas y dogmáticos que han llevado a la obtusa polarización del panorama político español.

La comparativa con El futuro y La carga pone sobre la mesa el talante inconformista y la fuerte personalidad estética de Negu Hurbilak, pero no llega para dar cuenta de la antológica clausura del film. Para ello, se hace necesario reivindicar otra obra política radical: Profit Motive and the Whispering Wind de John Gianvito. En este extraordinario documental de apenas 58 minutos, el cineasta norteamericano, tomando como brújula el trabajo del historiador Howard Zinn (autor de Desobediencia y democracia), recorría los Estados Unidos recolectando imágenes de estatuas, monumentos y placas memoriales dedicadas a las víctimas olvidadas de la Historia: esclavos, indígenas, líderes de la lucha sindical… Gianvito, como los Negu, jugaba con el choque estético y conceptual entre una historia marcada por la violencia y la calma de unos escenarios reconvertidos en remansos de paz natural. Pero la enumeración rigurosa y serena de Profit Motive… estallaba en mil pedazos cuando, en su memorable final, la cámara digital de Gianvito se adentraba en una agitada manifestación antisistema para danzar por la vigencia de lo contestatario. Dicho esto, sería injusto para el lector revelar cómo termina exactamente Negu Hurbilak. Se trata de una experiencia de agitación sensorial y política que debe ser vivida con todos los sentidos. Un ritual pagano y subversivo que invita a pensar en cosas vivas e indomables, como el cine en manos de los Negu.