Aprovechando uno de los varios momentos de reposo que ofrece la narración de Sis dies corrents, Mohamed (a quien da vida Mohamed Mellali) rememora el modo en que, en Marruecos, su país natal, disfrutaba mirando, desde su hogar, los pequeños retazos de intimidad que ofrecían las ventanas y balcones de sus vecinos. Queda claro, tanto por su manera de explicarse –a través de una voz en off–, como por su actitud, que no había voluntad invasiva en aquel gesto voyeurista. En la mirada de Mohamed predomina el inocente y puro deseo de conectar con el otro. Y así es precisamente como avanza el nuevo largometraje de Neus Ballús, con la cuenta de seis jornadas (una semana laboral más un día de supuesto descanso) que deberán marcar el destino más inmediato del marroquí.

El hombre vive ahora en Barcelona; en su periferia, para ser más exactos. Como si se tratara de una ficción telenovelesca (en lo que cabe interpretar como una señal del tono cercano que adopta el film), la directora catalana utiliza, en más de una ocasión, la misma toma general urbana para concretar la transición entre escenas, y evidentemente para acabar de situarnos en el espacio. Preside dicho plano, por cierto, el inconfundible complejo industrial de LafargeHolcim, colosal fábrica que marca una de las puertas de entrada a la Ciudad Condal desde Montcada i Reixac. Pero también hay referencias directas a Cornellà, en la otra punta del área metropolitana barcelonesa, como si una fuerza centrífuga nos impidiera acceder a los escenarios de postal de una de las grandes mecas del turismo mundial.

Tras la peculiar “escapada” que supuso El viaje de Marta (Staff Only), Neus Ballús vuelve a unos territorios y a una disposición de personajes similar a los de La plaga. Sis dies corrents –es decir, “seis días corrientes”– vuelve a poner el foco en personajes que, a causa de su aspecto, procedencia o carácter, pueden quedar relegados a la categoría de “marginales”, pero sin los cuales no puede entenderse la nueva identidad catalana (y por extensión, española y europea). Historias de nuestro propio “melting pot”, fraguadas en catalán, castellano y árabe; ubicadas en escenarios que nos hablan de luchas contra los elementos, pero también de la comodidad del privilegio.

Mohamed afronta un período de prueba de una semana para ser contratado (o no) por una pequeña empresa de reparaciones hogareñas. Los jueces en este examen laboral serán sus compañeros de trabajo: Pep (encarnado por Pep Sarrà) y Valero (interpretado por Valero Escolar). El reparto, fundido en el efecto “as themselves”, funciona como una declaración de intenciones con respecto a la fusión entre realidad y ficción en que se instala la película. Personas y personajes comparten piel en una puesta en escena que remite al cine documental, aunque la banda sonora se ocupa de disipar las malas vibraciones que podrían impregnar el relato.

En Sis dies corrents, se muestran las tensiones (culturales, sociales, profesionales…) que a menudo marcan la cotidianidad de la clase trabajadora, pero nunca se percibe un regocijo en la hostilidad de las situaciones. De hecho, el momento de máxima violencia es resuelto con una elipsis: un pequeño salto que nos transporta desde la potencial combustión espontánea de un personaje hasta un momento de sosiego y distención. Después, el protagonista de la peripecia lo recordará todo a carcajada limpia, empapándose los labios de cerveza en un bar que rebosa vida, camaradería, alegría. Queda claro que, aunque se anuncie tormenta, el verdadero interés de Ballús es captar los momentos posteriores a dicha tempestad, aquellos en los que, a pesar de todo, reina el entendimiento, la voluntad compartida de dejar de lado las diferencias y abrazar aquello que nos hermana. La voz en off de Mohamed, por cierto, invoca las energías reconfortantes de quien conjuga los verbos en pasado, como si nos hablara desde un futuro en el que poder afirmar, con seguridad, que “todo va a salir bien”.

Con este convencimiento, entran Mohamed, Valero y Pep en casas ajenas: allí donde hay problemas (en las tuberías, en el cuadro eléctrico, en el aparato de aire acondicionado, en el sistema de cámaras de video-vigilancia…); allí donde ellos aportan soluciones. El primero de ellos recibe al segundo en su casa, y le acoge sirviéndole un te que antes debe ser decantado. Ballús filma esta acción repetitiva con enorme tranquilidad; del mismo modo, presta suma atención a todos los personajes secundarios: a sus anécdotas, inquietudes, travesuras, divagaciones, consejos… segura de que puede aprender algo de todos ellos.

En unos tiempos marcados por el cinismo, la polarización y los discursos ambiguamente perversos, Sis dies corrents opta por poner el foco en una honestidad y nobleza genuinas, valores que se encarnan con naturalidad en las figuras de Mohamed (Mellali), Valero (Escolar) y Pep (Sarrà). Lo amateur fulgura aquí como signo de encantadora naturalidad; la improvisación deviene una vía privilegiada de acceso a una verdad preciada. Así es como Ballús nos invita a paladear los dulces sabores de la solidaridad, la comprensión mutua y la concordia.