En The Juan Bushwick Diaries, la primera película de David Gutiérrez Camps, la ficción topaba con las maneras del diario íntimo, en una de las muestras más interesantes de ese cine español reciente que explora las costuras de la propia ficción. De aquella película, que se abría hacia confines diversos y hacia materialidades distintas, han quedado ciertas trazas, marcas que se han transferido a Sotabosc, la nueva película de Gutiérrez Camps, en la que ficcionaliza el día a día de un emigrante africano, afincado en el campo cerca de Girona, donde se gana la vida recogiendo piñas de los árboles. El paisaje, concreto, de los bosques catalanes y de los pueblos de interior va abriéndose hacia otra dimensión. Sotabosc se toma su tiempo y se asienta en unas formas propias del documental, de la mano de una serie de escenas que siguen a un actor no profesional, Musa Camara, que aporta su propia experiencia vital en la construcción del personaje. Sin embargo, de ese poso de realidad –la de los emigrantes africanos en Cataluña–, poco a poco, termina por emerger lo fantástico.

Sotabosc parece compartir el gusto por el paisaje como puerta abierta hacia lo fantástico con Prince Avalanche, aquel film de David Gordon Green en el que, en un momento, uno de los personajes –encargado de pintar las líneas de una carretera– se perdía por el bosque, para encontrar ahí a una mujer que podía ser un fantasma. El propio Gutiérrez Camps comentaba en el pasado Festival de Sevilla que “no quería hacer una película social, así que tenía claro que quería que hubiese esta especie de giro hacia lo fantástico o lo onírico”. En Sotabosc, el quiebro se produce, primero, a partir de una perturbadora escena en que el protagonista observa a una chica a través de una ventana. Al final, se confirma la deriva, cuando el personaje busca su bicicleta, perdiéndose en un bosque quemado que no sabemos si es real o, sencillamente, un estado de ánimo, y que aborda desde lo abstracto y lo complejo el conflicto político y social.