Bien aposentada en las plácidas aguas del documental observacional, Taming the Garden busca la distancia justa desde la cual observar la sorprendente y absurda odisea de un conjunto de árboles centenarios que son trasplantados desde unos humildes poblados de la Georgia rural hasta las opulentas propiedades del magnate y exministro georgiano Bidzina Ivanishvili. Cabría emparentar la mirada de la cineasta Salomé Jashi con la del pionero del documental Robert Flaherty: como el norteamericano, la georgiana observa la realidad con tesón, en planos largos que diseccionan la costumbres, esperanzas y frustraciones de sus protagonistas, en este caso, un conjunto de gente modesta que busca un sentido a una realidad difícil de comprender. ¿Qué quiere hacer el acaudalado Ivanishvili con sus preciados árboles? ¿Es justa la recompensa económica que reciben por la renuncia a sus bienes naturales? ¿Tiene alguna lógica deforestar caminos rurales para que un héroe del capitalismo pueda engalanar sus propiedades con otro exótico trofeo natural? Puede que la propuesta de Jashi peque de un cierto acomodamiento en su diáfana apropiación de un estilo –entre alegórico, lírico y factual– bien conocido por los seguidores de Gianfranco Rosi o Yuri Ancarani, pero nada puede argumentarse en contra de su oportuna denuncia de los aberrantes límites de la avaricia humana, encarnada aquí en el modo en que los poderosos pretender someter a sus semejantes y al mundo natural.
Taming the Garden enriquece su discurso visual gracias al permanente tránsito entre escenas diurnas (en exteriores) tocadas por un halo pictórico, crudos pasajes (en interiores) cargados de reveladores testimonios de comunidades abocadas a la penuria, y estampas nocturnas en las que el absurdo brilla en toda su abstracción (algunos momentos de fuerte carga simbólica remiten al prólogo de O que arde de Oliver Laxe, donde un buldócer se llevaba por delante un bosque de eucaliptus). En el film de Jashi, la tensión entre el ser humano y la naturaleza se manifiesta de un modo flagrante, la convivencia harmónica entre el individuo y su entorno se otea como una utopía inalcanzable, como expresan de un modo alusivo los exuberantes planos en que una espesa humareda penetra todos los recovecos de una arboleda. Un halo fantasmagórico recubre la odisea de los árboles centenarios, cuyo viaje se tiñe de surrealismo cuando deben lanzarse a la mar para alcanzar su nuevo enclave vital. Abrazando un tono marcadamente elegíaco en su preciosista y espeluznante tramo final, Taming the Garden se erige en el resonante retrato de un salvaje expolio natural, la cara oculta de la construcción de un faraónico paraíso artificial. Manu Yáñez