Evocación de una época de movimientos de liberación femenina, La belle saison (el título original, mucho más sugerente que el del estreno local) tiene su punto de apoyo en dos temas igualmente importantes: la evolución del pensamiento feminista con la formación de grupos combativos después de la revolución cultural de 1968, que abrieron el camino a las conquistas sociales de la mujer y, por otro lado, la toma de conciencia de una otra forma de sexualidad posible para dos jóvenes mujeres de formación casi opuesta. En ese contexto histórico y social, la historia muestra a un personaje poco abordado por el cine: una hija de agricultores en la Francia rural profunda, quien –al igual que su madre– hace todo tipo de trabajos, incluso aquellos considerados masculinos. Sin embargo, Delphine (Izïa Higelin) y su madre no son consideradas agricultoras sino hija y mujer del agricultor, respectivamente, sin gozar de los derechos laborales en esa sociedad masculina y patriarcal.

Lesbiana, frustrada después de un amor imposible en su pequeño pueblo, Delphine va a Paris en la década de 1970 en busca de mayor libertad. Allí se une a un grupo de lucha por los derechos de las mujeres, y se enamora de la líder, Carole. Si Delphine tiene claros sus sentimientos y su deseo, Carole, varios años mayor y con una vida organizada, ha hecho su propia toma de conciencia sobre la lucha feminista, pero los planteamientos que recibe de Delphine hacen tambalear toda su estructura y su vida hasta entonces heterosexual. Cécile de France despliega una extraordinaria interpretación debatiéndose entre sus dudas, su ansia de libertad, sus represiones y contradicciones.

Catherine Corsini, siempre interesada en desarrollar temas femeninos (como en La Répéticion y Partir), sabe abordar ese conflicto, así como filmar las escenas de una homosexualidad libre con sensibilidad y sensualidad (inevitable el recuerdo de La vida de Adèle). Párrafo aparte merece la destacada actuación de Noémi Lvovsky como la madre, quien, si bien es una mujer decidida, fuerte y ejecutiva, una verdadera obrera, debe enfrentar una situación familiar y social para la cual no estaba prevenida. Su duelo con De France es uno de los momentos superiores del film, cuya tensión emocional es reveladora de las diferentes capas de significación que están en juego. Sin embargo, Un amor de verano no termina de comprometerse a fondo por su propia historia y personajes, donde la tensión entre campo y ciudad no es menor a la de restricción-libertad.

Extracinematográficamente, cabe destacar que Catherine Corsini encaró este film como una respuesta al movimiento reaccionario que se levantó en Francia frente al matrimonio igualitario, intentando que, por lo menos, el amor entre mujeres adquiriera mayor visibilidad.