Construida como un instrumento de asombro para el espectador, esta película presentada en la Quincena de Realizadores del Festival de Cannes avanza acumulando giros, cambios de escenario, de tono e incluso de género. Todo un dispositivo modernista que juega al desconcierto sin renunciar en ningún momento a la complicidad del público. La historia comienza presentando una versión mutante de la comedia de guerra de sexos, en la que la chica (una intensa Adèle Haenel) adopta el rol más agresivo y dominante: una sublimación militarista de la gamine incontrolable a la que diera vida Katharine Hepburn en La fiera de mi niña. Sin embargo, cuando el romance parece que va a cuajar, la película nos traslada al territorio de la comedia de reclutas para luego adentrarse en la odisea survival de tintes apocalípticos, en un giro final que parece una versión domésticada del tramo final de De la guerre de Bertrand Bonello.

Con su exuberante y mesurada excentricidad, Les combattants formaría un buen programa doble con Turistas (Sightseers), aunque hay que reconocer que el francés Thomas Cailley –que se estrena en el largometraje– no es tan diestro como Ben Weathley en el cruce genérico y en el quiebro de cintura narrativo. En conjunto, Les combattants termina pareciendo una especie de Amélie filmada con un estilo elíptico y sensual que recuerda lejanamente al cine de Claire Denis. Entre la comicidad y el extrañamiento, el film de Cailley se recrea en la fragilidad soterrada de su pareja de bichos raros, al tiempo que incide en una serie de inquietantes rituales violentos que remiten a la gran Beau Travail. A la postre, uno tiene la impresión de que al joven realizador galo le interesan más las piruetas formales y narrativas que la integridad y vivacidad de sus personajes, que se descubren atrapados y aturdidos en el envolvente, rockero y un tanto intrascendente combate que despliega el film.