Buzzard, la anterior y subyugante película de Joel Potrykus, describía la calamitosa odisea mínima de un joven que pretendía burlar el rígido ordenamiento capitalista desde el corazón mismo del sistema. Entre los guiños a Taxi Driver y Pesadilla en Elm Street, Potrykus exprimía los códigos de la comedia y el terror para poner contra las cuerdas a la sociedad de consumo. La nueva película del director norteamericano, la memorable The Alchemist Cookbook, arranca en medio de un bosque –la película se rodó en Allegan, Michigan, el estado natal de Potrykus– con el protagonista cumpliendo, aparentemente, el sueño del antihéroe de Buzzard: escapar de las garras de la normalidad. Perdido en medio de la nada, parapetado en una chabola destartalada, Sean (Ty Hickson) parece encarnar una versión dichosa y mendicante del sueño del Henry David Thoreau de Walden. De hecho, The Alchemist Cookbook empieza por todo lo alto, con Sean experimentando un ataque de euforia en medio de una arboleda al son del preludio de la ópera Mefistófeles de Arrigo Boito. Cuesta recordar una postal más subversiva en el cine americano reciente: ¿quién se atreve hoy en día a filmar una celebración pletórica de la gloria de vivir en la más absoluta y liberadora miseria material?

Como de costumbre, Potrykus demuestra un talento extraordinario para la construcción de personajes que resplandecen en su marginalidad: vestido como la versión pordiosera de un nostálgico del grunge, Sean pasa las horas escuchando hip hop, devorando Doritos, bebiendo botellas de bebida isotónica del tirón y, sobre todo, realizando enigmáticos experimentos químicos. Como el Walter White de Breaking Bad, Sean habita un laboratorio casero en el que produce pócimas mágicas; sin embargo, como iremos descubriendo a lo largo del film, el objetivo de nuestro protagonista no apunta hacia la comercialización de sus hallazgos, sino hacia algo mucho más elevado: la búsqueda de la Verdad. Siguiendo las enseñanzas del Libro de cocina del alquimista que da título a la película –y que rima con el famoso y contracultural Libro de cocina del anarquista, en el que William Powell abocó todo su saber sobre la confección de explosivos y drogas alucinógenas–, Sean se adentra en un camino de conocimiento que se viste de oscuridad cuando el destino del “alquimista” se cruza con el de Satanás.

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Como ocurría en Buzzard, Potrykus sabe sacar todo el provecho a los géneros de la comedia y el terror, filtrados siempre por una perspectiva eminentemente realista, reflejada en su preferencia por los planos largos y las interpretaciones naturalistas. De entre los varios momentos hilarantes de The Alchemist Cookbook, destaca por encima de todos la primera aparición de Cortez (Amari Cheatom), un colega que abastece a Sean y a su gato Kas de víveres y medicamentos. El gag triunfal llega cuando Sean reta a Cortez a comerse una lata de comida de gato “gourmet”: una escena que remite a la máquina casera devora-snacks de Buzzard. El detalle de los medicamentos no es menor: pronto resulta evidente que Sean no puede “funcionar” de manera óptima sin sus fármacos psiquiátricos, lo que abre el relato a la representación de la locura, situando la película en la frontera entre la realidad y la alucinación. Un estado de percepciones distorsionadas –enriquecido por una banda sonora plagada de susurros ininteligibles y ruidos deslocalizados– que da pie a una interesante aproximación a la cara más ambigua del género fantástico. Convirtiendo la escasez de medios en un valor añadido gracias a su inteligencia pragmática, Potrykus consigue establecer un vínculo con la obra de cineastas tan dispares como Kenji Mizoguchi, Roman Polanski o M. Night Shyamalan: maestros del fantástico realista, moradores de ese limbo cinematográfico que se abre entre lo verosímil y lo extraordinario.

Un viaje hacia el fantástico que irá acompañado de la caída a los infiernos del protagonista. En su dramático pacto con el Diablo, Sean irá perdiendo progresivamente el contacto con la sociedad, la realidad y un pasado del que no llegaremos a saber prácticamente nada. En una de las escenas más reveladoras de la película, Sean, ya de camino hacia el abismo, experimenta un arrebato monologado de lucidez trastornada: “Íbamos a tener nuestra mansión en el bosque”, le confiesa Sean a su gato Kas (imposible no pensar en Kaspar Hauser y Werner Herzog), “nadie habría sabido que estábamos aquí… pero ahora todo está perdido”, lamenta el protagonista mientras describe un paraíso terrenal de sandwiches de Doritos, baños de espuma, neveras llenas de Gatorade y un robot “como el de Rocky IV”. Tal y como ocurría en Buzzard, Potrykus huye del panfleto antisistema más evidente y prefiere situar su discurso en una zona gris marcada por los impulsos asociales: un enclave desde el que es posible atentar contra el sistema mientras se disfruta de sus “placeres”, a la manera del Charlot de Chaplin.

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A partir de cierto momento, el drama de Sean deviene un auténtico via crucis. Los elementos satánicos se entrecruzan con la imaginería cristiana y entonces surge en el trasfondo de la película la sombra llameante de Pier Paolo Pasolini. Al terminar el visionado online de The Alchemist Cookbook –la película se ha distribuido en el formato “paga lo que quieras”–, no podía dejar de especular con que, después de rodar su Tiempos Modernos con Buzzard, es posible que Potrykus haya filmado su particular versión de El evangelio según San Mateo. Como en las primeras películas de Pasolini, el director de Ape, que jamás juzga a sus personajes, vuelve a ponerse del lado de los desheredados y encuentra en una figura lumpen un símbolo trágico de la conquista de la libertad. Distanciado y al mismo tiempo profundamente comprometido con su protagonista, Potrykus construye un evangelio en ocho capítulos cuyos títulos perfilan una serie de mandamientos mundanos: “Buscando una escapatoria”, “Defendiendo tus secretos”, “Conociendo a tu enemigo” y, finalmente, “El camino del oro conduce directamente al infierno”. He aquí una elegía fantástica sobre el terrible precio que debe pagar un hombre que osa buscar la felicidad en los márgenes del sistema.

Visionado de The Alchemist Cookbook mediante descarga legal: “paga lo que quieras” (mínimo 1 dólar).