Ambientado en 1871 y condimentado a nivel cultural por una familia de inmigrantes daneses, este neowestern de tintes posmodernos convoca en sus imágenes a varias leyendas del género. Al poco de comenzar, la cámara configura un clásico plano fordiano: desde el interior de una estancia, se vislumbra el exterior a través de una puerta que genera un efecto de contraluz. Ford utilizaba estos encuadres para reflexionar acerca del diálogo entre la civilización y lo salvaje. En la secuencia más interesante de The Salvation, el director danés Kritian Levring –que en el año 2000 se subió al carro del Dogma 95 con The King Is Alive– abraza ese diálogo y muestra a la maquinaria empresarial de la América “civilizada” reclamando la ayuda de la América primitiva y violenta, algo similar a lo que ocurría en El hombre que mató a Liberty Valance. Sin embargo, el momento es pasajero, y Levring prefiere encomendarse al recuerdo de Sergio Leone, con sus imponentes y expresivas estampas (y primeros planos) en formato panorámico. También hay algo de la amoralidad y decadencia del universo de Sam Peckinpah. Por su parte, aquellos personajes que se dignan a hablar –en general, impera el mutismo– lo hacen a través de soliloquios que parecen escritos por Quentin Tarantino.

En conjunto, The Salvation –filmada a la manera de una adaptación fílmica de una novela gráfica– se presenta como una obra irregular. Nunca termina de deslumbrar como pretende y el interés que despiertan los personajes es desigual. Uno se pasaría horas observando al gran Mads Mikkelsen (Valhalla Rising, la serie Hannibal) sufrir estoicamente por su mala suerte, cosechada en una tierra sin ley en la que la mezquindad, la crueldad y el engaño son pasatiempos comunes. En cambio, no se necesita más que un fugaz vistazo para saber todo lo que hay que saber del villano al que da vida Jeffrey Dean Morgan, cuyos esfuerzos de contención no consiguen inyectar vida a un personaje caricaturesco. En The Salvation, algunos roles se confunden: el alcalde del poblado es también el sepulturero, el sheriff es también el cura de la parroquia. Y algo parecido le ocurre a la propia película, que se pierde en un punto intermedio entre la floritura exhibicionista y la serenidad neoclasica.