Autor de una filmografía extensa, el mexicano Nicolás Pereda acostumbra a realizar pequeños proyectos que saca adelante con presupuestos reducidos y una compañía estable de técnicos y actores. Un “sistema” que le ha permitido dar rienda suelta a su vocación de narrador inagotable: cuenta prácticamente con una película por año desde 2007. En Fauna, el director de Perpeetum Mobile y Minotauro presenta un trabajo de apariencia modesta pero de gran ambición formal, que se afianza en un estudio autorreflexivo del acto de narrar. Las aspiraciones de Pereda se manifiestan ya en el desconcertante arranque del film, donde un largo plano secuencia desde el interior de un coche ocupado por un hombre y una mujer conduce al espectador a través de un paraje inhóspito. Luego, a partir del encuentro de la pareja con el hermano y los padres de ella, la maquinaria especular del film se pone en funcionamiento. Los cinco personajes protagonistas responden a los nombres de los actores que los interpretan: una invitación a difuminar los límites entre realidad y representación. Así, de la mano de su troupe actoral –en la que destaca su actor fetiche, Gabino Rodríguez–, Pereda elabora un juego metalingüístico que subvierte la ortodoxia formal mientras explora el potencial de la narración oral.
En lo que podría leerse como un elogio de la transparencia, el autor de Verano de Goliat difumina la primera capa del film (la premisa familiar del relato) y sobre ella va depositando otras ficciones igual de diáfanas que se superponen sin una estructura o lógica evidente. En ocasiones, las secuencias parecen apuntes de tramas inacabadas; otras veces, se muestran conclusivas, cerradas. Ahí está, por ejemplo, el pasaje en el que al actor Francisco Rodríguez le obligan a recitar un diálogo de Narcos para demostrar que participó en la serie, como ocurrió en la realidad. Y este es solo un ejemplo de cómo la película hilvana de forma libre, a través de puntos de fuga y derivas, sus permeables estratos narrativos. Pereda presenta varias películas en una misma, siempre en escenarios semirurales, en un paisaje árido en el que se percibe una violencia latente. En solo setenta minutos, el drama costumbrista con toques de comedia surrealista da paso al thriller de misterio, para luego dirigirse hacia el melodrama romántico e incluso la denuncia social. Nada llega a tomar una forma definitiva en esta película construida como una esbozo sin “fin”.
Nacida para sorprender y sacudir al espectador, la obra de Pereda resulta apasionante por su inconformiso y por su brillante despliegue escénico, orquestado en plano secuencia. El codirector de Historias de dos que soñaron se luce también en la dirección de actores, que con su trabajo desnaturalizado, interpretando cada uno a varios personajes, acentúan más si cabe el extrañamiento que genera el film. Este sentido teatral de la actuación consolida aún más la idea de que Fauna es una película que deja ver muchas historias a través de su piel. Fueron estas, pero también podrían haber sido otras, y seguiría siendo la misma película.