Curioso el caso de Eloy Domínguez Serén, un director gallego radicado en Suecia que suele filmar en los lugares más disímiles. De la nieve en No Cow on the Ice al desierto africano en esta película (premiada en festivales como Gijón y Cinéma du Réel) que aborda la durísima existencia de los saharauis, un pueblo postergado (y reprimido) del Sahara Occidental. Entre la ocupación marroquí y los campamentos de refugiados de la ONU en la frontera de Argelia, esta comunidad lucha contra la pobreza y por su independencia.

Sin dejar de exponer esa crítica e injusta situación, Domínguez Serén se aleja por completo del relato paternalista y la pornomiseria para ofrecer un retrato lleno de humanismo y nobleza a partir de las historias de vida de los veinteañeros Sidahmed, Zaara y Taher. Algunos sueñan con radicarse en España (la región fue hasta 1975 colonia española y miles de sahararuis se han instalado en la península ibérica) y otros, simplemente con tener un coche propio.

La película tiene varios momentos de llamativo humor (hilarantes las clase de conducción de Zaara o el momento en que se les corta la luz cuando están viendo un partido de fútbol en TV) que el director aprovecha no para burlarse sino para mostrar las distintas facetas y dimensiones de la vida cotidiana de los personajes. Una existencia que, si no fuera por el uso de teléfonos móviles, bien podría ser de hace 30 o 40 años por la precariedad de las condiciones de vida de este pueblo olvidado que Domínguez Serén reivindica con las mejores armas del cine: el poder de las imágenes y unos personajes encantadores.