La única localización en la que transcurren la dos horas de metraje de La Juventud es un balneario en los Alpes suizos, un escenario que remite inevitablemente a La montaña mágica de Thomas Mann. Se trata del nuevo sitio de moda donde se reúnen una serie de decadentes personalidades, figuras que antaño gozaron de cierta fama internacional. En ese spa de lujo reposan, entre otros, un veterano cineasta que aspira a concebir su opus magnum (Harvey Keitel), una joven estrella de Hollywood (Paul Dano), Diego Armando Maradona (Roly Serrano), un compositor y director de orquesta retirado (Michael Caine) y su hija (Rachel Weisz), que está a punto de divorciarse. No obstante, este recinto para multimillonarios –o para simples adeptos al dolce far niente– no ofrece el confort que los visitantes buscan. El resort es, en realidad, una especie de cárcel en la que los protagonistas ingresaron por voluntad propia, sin saber qué encontrarían allí. Dicha prisión sin delincuentes, o manicomio sin locos, funciona cual purgatorio donde los residentes deben enfrentarse a las verdades que aún no asimilaron: su fracaso, su vejez, su soledad y su mediocridad.

A simple vista, la idea general de la nueva ficción del napolitano Paolo Sorrentino parece elegante e ingeniosa. Sin embargo, el resultado final no está a la altura de las expectativas. El film, presentado en la sección oficial de la pasada edición del Festival de Cannes, fue desestimado allí por la mayor parte de la crítica y, al mismo tiempo, sobrevalorado por algunos. La razón de esta división tan pronunciada podría explicarse por las múltiples semejanzas que La juventud comparte con la anterior película de su autor, considerada una de las mejores obras de 2013. De este modo, lo que para muchos resulta una mala imitación de La gran belleza, un sucedáneo desangelado, para otros brilla como una obra indiscutiblemente superior a su predecesora. A la postre, para llegar a comprender los errores de La Juventud se hace necesario clarificar la naturaleza de su vínculo con La gran belleza: si bien es cierto que el director utiliza personajes similares en un contexto análogo, el tono y el mensaje de ambos films son totalmente opuestos.

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Sorrentino convierte su nuevo largometraje en otro homenaje a su autor de culto: Federico Fellini. En esta ocasión, el director de Il divo fabula sobre qué hubiese ocurrido si Marcello Mastroianni hubiese permanecido en ese extraño balneario donde se halla al comienzo de 8 ½. En este clásico del cine italiano, el personaje de Mastroianni, como el de Jep Gambardella (Toni Servillo en La gran belleza), no consigue afrontar la creación de una gran obra porque sus fantasmas y una vida de excesos le distraen. Mastroianni consigue salir del paradisíaco resort creyendo ser capaz de dirigir una película, mientras que los protagonistas de La Juventud llevan a cabo el proceso contrario: se instalan en ese apacible lugar huyendo del vórtice de mundanidad que asfixiaba a Mastroianni y a Servillo. El gran reto al que se enfrenta Sorrentino en La Juventud es la representación de unos personajes dispuestos a asimilar su falta de creatividad, su inmerecido éxito y la nimiedad de su existencia. Sin embargo, la puesta en escena de dicho proceso de aceptación –que en La gran belleza se vestía de dinámico torrente audiovisual– queda eclipsada por una innecesaria y pesada serie de escenas que reafirman la quietud o parálisis –digámosle “la nada”– que reina en el espacio-tiempo de La juventud. En otras palabras, jugando a exteriorizar el vacío de sus personajes, la ficción deviene un conjunto de imágenes vacías.