La nueva película de Jonás Trueba, Quién lo impide, es la (feliz) culminación de un proyecto de cinco años de duración. Un trabajo hasta ahora en progreso, parte de cuyos resultados ya se habían podido descubrir, en forma de partes separadas, en el Festival de Sevilla y en una jornada celebrada en Cineteca (Madrid), en un evento que también tuvo un importante componente musical y que queda documentado en el film. Ahora, junto a nuevo material que ha ido incorporando el cineasta, se ha convertido en un largometraje, con el que participó en la Sección Oficial del Festival de San Sebastián. Cerca de cuatro horas de imágenes –proyectadas con dos paradas de cinco minutos que no son un convencional descanso– que despliegan un torrente desbordante de emociones, ideas narrativas y claves para entender la juventud de nuestros días, la que se pregunta “quién lo impide”.

El director de La virgen de agosto (2010) plantea un film que bebe con sabiduría de la realidad más sincera para construir su parte de ficción, y a la vez se acerca al documental para atrapar un espíritu generacional repleto de miedos, anhelos, protestas, necesidades e indecisiones. También fulgura con fuerza la ilusión por descubrir qué deparará el destino, así como el deseo de vivir la vida al margen de imposiciones y lastres ajenos. Trueba se considera a sí mismo un “adolescente”, como afirma en el film, donde aparece en varias ocasiones para ejercer de hilo conductor de las charlas o entrevistando a sus protagonistas. Y ese espíritu se antoja esencial para conseguir la verdad que transmite su película y también para alcanzar la cercanía que se percibe que tiene con los jóvenes que habitan el proyecto y que en muchos momentos se convierten en actores de una ficción.

Los protagonistas son Candela y Pablo, los dos adolescentes con los que Trueba arrancó el proyecto Quién lo impidey con los que rodó la parte titulada Principiantes. Junto a ellos, aparece un grupo numeroso de chicas y chicos de su misma edad, compañeros de sus respectivos institutos, con los que comparten la experiencia de erigir ellos mismos una película que habla sobre sus vidas a través de sus propias palabras, ideas cinematográficas, apuntes narrativos y reflexiones vitales. Trueba deja que los chicos se expresen frente a la cámara mediante las entrevistas, los filma (en comunidad) en una clase donde se crea un improvisado espacio para el debate y también conversa con ellos sobre las claves para la representación cinematográfica de la adolescencia. Los jóvenes le recuerdan que el cine suele tratar esta etapa de la vida con demasiados tópicos y clichés, limitando el componente psicológico íntimo y dejando de lado sus vivencias reales, para recrearse en los arquetipos y lugares comunes a propósito de la angst adolescente.

Trueba toma buena nota de sus consejos –por algo está haciendo la película no solo sobre ellos, sino junto a ellos– y cuando el film se adentra en el territorio de la ficción lo hace de una manera sencilla y hermosa, repleta de sensibilidad y de veracidad. Estos momentos corresponden a las historias que protagonizan Candela y Pablo, convertidos ahora en personajes, una suerte de pequeñas películas de viajes que transmiten esa forma de entender el romanticismo y las relaciones de pareja del director de obras como La reconquista (2016). Dentro de estos episodios que se acercan a la ficción –aunque sus protagonistas las cargan de realidad a través de voces en off que subrayan o explican sus motivos–, el cineasta integra su dispositivo compuesto de entrevistas, conversaciones y unos ejercicios de mediación en los que los propios jóvenes ejercen de consejeros emocionales de sus compañeros. El resultado es un film brillante e inagotable en sus lecturas, una gozosa celebración de la adolescencia cargada de delicadeza y hondura que además permite que los jóvenes respondan ellos mismos al título del film, tomado de una canción del fallecido Rafael Berrio, que tiene un emotivo cameo. Y la conclusión que gritan, convertida en el estribillo de un ‘trallazo’ punk, es rotunda: ¡Nadie lo impide!