Esta historia, por desgracia, está basada en hechos reales. Esto sí, los personajes y situaciones que aparecen en pantalla son dramatizaciones, tal y como aclaran los intertítulos explicativos con los que se abre Quo Vadis, Aida? Toda una declaración de intenciones por parte de la cineasta bosnia Jasmila Žbanić, que aborda la recreación cinematográfica de un horror que, un cuarto de siglo después, sigue horrorizando. El film es un constante lance de miradas dirigidas, primero, a aquello que no se puede mirar, y después, en contraposición, a aquello que debe ayudarnos e inspirarnos a la hora de sanar las heridas abiertas en Bosnia durante el verano de 1995. Situados en aquel lugar y tiempo, un travelling lateral nos presenta a una serie de personas dispuestas en hilera. Todas ellas dirigen sus miradas ha la triste protagonista de una función espantosa: Aida (Jasna Đuričić), profesora de inglés, madre de familia convertida en intérprete y única salvación posible para la comunidad en la que creció.

Justo antes, la ciudad de Srebrenica se nos muestra como un auténtico matadero. Allí, la cámara sigue a los dos bandos de un conflicto que ha degenerado en sangriento abuso. Militares y milicias tratan a civiles como a un enemigo temible y Žbanić nos planta ante una realidad a la que cuesta sostenerle la mirada: los soldados empujan a los desarmados hasta una esquina, y nosotros, espectadores, nos plantamos allí, viendo a todo el mundo desaparecer detrás del paredón. Los disparos que se oyen a continuación confirman aquello que todo el mundo se temía, pero que nadie pudo impedir. Imágenes que no se ven (por mucho que se vieran venir) pero que resuenan con máxima estridencia. Recordatorios de un pasado traumático que se rebela contra una Historia que invita peligrosamente al olvido. Una Historia que, al mismo tiempo, es incapaz de tapar (del todo) las indignantes vergüenzas de sus capítulos más oscuros. Mucho menos cuando cineastas como Žbanić deciden mirarlos de frente.

En Quo Vadis, Aida?, la representación del horror inenarrable de la limpieza étnica en la Guerra de los Balcanes se construye situando el centro de gravedad en una nave industrial reconvertida en precaria “zona de seguridad”. El recinto, custodiado y gestionado por un destacamento de Cascos Azules, es el último refugio al que puede acudir una marea humana que sabe que, si se queda en el lado equivocado de la verja, será presa de un ejército que ya no busca vencer, sino humillar, aplastar… aniquilar. Žbanić combina planos generales saturados de gente con tomas más próximas para intentar captar y rescatar la identidad (es decir, la humanidad) de unas personas reducidas a la categoría de ganado. Escenas marcadas por el agobio de las masas se compaginan con momentos de calma y cercanía que construyen lazos empáticos con personajes de ficción que actúan como avatares de las víctimas de la tragedia histórica. La clarividencia (expositiva y emocional) de Quo Vadis, Aida? se basa en esto, en saber cómo y cuándo abrir o cerrar el zoom.

Žbanić perfila con gran nitidez una realidad calamitosa, marcada por la inoperancia de una Comunidad Internacional impotente ante la partida macabra jugada por unos pueblos agraviados, sedientos de venganza. Ultimátums, faroles, sucias mentiras, negociaciones con cartas marcadas, promesas que no se pueden mantener ni traducir a ningún idioma, porque no se sostienen por ningún lado. La mirada de la actriz principal, Đuričić, grave y penetrante, resuelta y resignada, es el reflejo sincero de esta insoportable combinación de desgracias. Los terribles avatares de una geopolítica que perdió toda razón calan en los rostros de 30.000 personas obligadas a responder a las preguntas más repugnantes: ¿Quién entra? ¿Quién se queda fuera? ¿Quién es inocente? ¿Quién es culpable? ¿Quién vive? ¿Quién muere? Y ya puestos, ¿qué noción de solidaridad puede existir cuando apremia el instinto de supervivencia? ¿Qué dignidad o qué sentido puede haber en el martirio? Con cortes limpios y sin banda sonora, Žbanić sabe que no tiene por qué enfatizar o maquillar unas injusticias que claman al cielo. Al igual que con aquella revelación de San Pedro, Quo Vadis, Aida? se interroga sobre la cruel vergüenza en el intento de escapar a un destino trágico.

La respuesta, por supuesto, es insoportable, y viene servida de la mano de una distancia histórica que, al principio, nos distancia de los personajes, pero que a la postre nos acerca a ellos, pues poco a poco estos toman consciencia de aquello que el espectador sabe desde el principio: que están muertos. No hay donde ir, y de nada sirve que no quieran aceptarlo, o que intenten revelarse contra la sentencia que pesa sobre ellos. Echando la mirada atrás, se impone un potente sentimiento de impotencia. El fatalismo conjurado por los conflictos colectivos priva a los individuos de cualquier argumento para la defensa de su voluntad. Veinticinco años después, la mancha de la desolación aún no se ha borrado, pero por lo menos, en un epílogo de ruptura total, Žbanić vislumbra las salvadoras posibilidades de la restitución y el perdón; a su entender, únicas vías para enterrar unos fantasmas que no pueden caer en la desmemoria.