Conforme han ido pasando las semanas, se ha ido clarificando la intención de Miguel Gomes, en este caso con la complicidad de la distribuidora española de la película, a la hora de estrenar en diferentes semanas, y no de un tirón, las tres partes de su trilogía de Las mil y una noches, la obra más ambiciosa y al mismo tiempo más humilde que hemos visto en mucho tiempo. Ese ir y venir entre el mundo y el relato, ese entrar y salir, replica de alguna manera una relación antigua y más natural entre las ficciones y el mundo. Como cuando éramos niños y los padres nos contaban cuentos a la hora de ir a dormir, integrando la ficción dentro de las rutinas, convirtiendo las fábulas en la despedida del día, y demostrando que las mentiras, los sueños y las historias no son sino capas posibles de lo real. Así, la película de Gomes nos ha ido proponiendo un espacio para el sueño, la fábula y el juego. Un espacio que ha sido además el espacio de la crítica socio-política. Porque sí, esta película que trabaja por un mundo mejor forma parte del terreno del sueño, pero está anclada fuertemente en la tierra. Y retoma la idea central del libro en el que se inspira, Las mil y una noches: la ficción, seriada, dilatada, extendida en el tiempo, no como vía de escape, sino como caballo de batalla contra los peligros de lo real.

La tercera de las partes de este serial puede que sea la más desconcertante, y a la vez la más esperanzadora: precedida, como los tres volúmenes, por un texto que explica cómo todo un país, y sus habitantes, se vieron empobrecidos por las políticas de un gobierno privado de todo sentido de la justicia social, la película termina por centrarse en el retrato de un grupo de gente que dedica sus días a la cría de pájaros a los que entrenar en el canto. Recuperando antiguos cantos de pájaros, estos portugueses, probablemente desempleados, impelidos a una vida de miseria, encuentran una ocupación que no solo los salva de la desidia, sino que constituye un ejemplo de firmeza moral y ética en un país devastado: la belleza como salvación, la recuperación de una memoria a punto de desaparecer como vía para enfrentarse al futuro. Acaso sea eso lo que, en el fondo, esté proponiendo la trilogía entera de Miguel Gomes: un canto de pájaro antiguo para hacer un futuro mejor.