En los albores de un nuevo día, en la penumbra de su habitación, una mujer insomne se descubre golpeada por un ruido seco, un estallido absorbente, una explosión interior. Este sonido, que toma por sorpresa los oídos de los espectadores de Memoria, se convertirá en la Estrella del Norte de la nueva película de Apichatpong Weerasethakul, un sonido que guiará a la protagonista del film, llamada Jessica e interpretada por Tilda Swinton, desde Bogotá hasta la región amazónica de Colombia, en el tránsito de lo urbano a lo rural que se ha convertido en uno de los rasgos distintivos del cine del director tailandés. De hecho, Memoriapuede verse como una relectura asordinada, extremadamente sobria, de las obsesiones del ganador de la Palma de Oro de Cannes por Tío Boonmee recuerda sus vidas pasadas.

En Memoria, se especula con la posibilidad de que los animales puedan poseer el alma de los seres humanos, pero aquí no hay tigres espiritualizados o peces reencarnados (como en Tropical Malady o Tío Boonmee…) sino que la comunión entre el animal y el humano se resuelve en una bella subtrama en la que el personaje de Swinton (un trasunto de la protagonista de Yo anduve con un zombie de Jacques Tourneur) cree ser perseguida por un perro callejero que podría haber maldecido a su hermana, quien se recupera de un accidente en un hospital. El relato fantástico se manifiesta como posibilidad, como línea de fuga, siempre bajo un prisma eminentemente realista. En su nuevo trabajo, el director de Blissfully Yours renuncia a los elementos que, en el pasado, han dotado a su cine de una cierta exuberancia y ‘espectacularidad’: los malabarismos coloristas, las figuras monstruosas, la representación gráfica de lo místico y lo folclórico… En Memoria, Apichaptong festeja la dimensión mágica y poética de lo real con la misma audacia con la que Jacquest Tati celebró, desde un espíritu democrático e integrador, la omnipresencia de los humorístico en la experiencia humana. Desnudando su puesta en escena hasta extremos insospechados, el tailandés convierte cada elemento de la representación –cada línea de diálogo, cada gesto, cada atmósfera– en una fuente inagotable de sentidos poéticos, alusiones políticas, fabulaciones surrealistas y vías para la comunicación entre los seres y las cosas.

En Memoria, Apichatpong se distancia de la idea de la transmigración de las almas (entre diferentes cuerpos) y explora la posibilidad de la transmisión de los recuerdos (en el ámbito sonoro); intercambios siempre cargados de una intensa fuerza afectiva. Así, puestos a imaginar, ¿existe una manera más directa de acercarse al sentir íntimo de otro individuo que rememorando, y sintiendo, el primer abrazo que este recibió de su madre al nacer? Sobre este universo de posibilidades fabulísticas y conmovedoras discurre el apoteósico tramo final de Memoria, en el que, de la mano de un hombre capaz de “recordarlo todo” (interpretado por Elkin Días), al personaje de Swinton y al espectador se le abren las puertas de una percepción de corte trascendental. Sumido en la más dulce y vertiginosa epifanía, este crítico se descubrió transportado a un estado originario desde el cual mirar lo real con nuevos ojos, como si fuera la primera vez. Habrá quién lo interprete como una experiencia religiosa, aunque parece más razonable considerarlo como el resultado de la magia cinematográfica del director más importante del cine contemporáneo.