Estrenada en el Festival de Sundance de 2019, la nueva película de Gabriel Mascaro supone un estimulante cambio de rumbo en la filmografía de una de las promesas del joven cine brasileño. Tras explorar con astucia la frontera entre realidad y ficción en films como Ventos de agosto y Neon Bull, Mascaro se adentra con Divino amor en las aguas de la ciencia ficción distópica. Más concretamente en el Brasil de 2027, donde el amor se celebra en carnavalescas fiestas multitudinarias, los confesionarios tienen forma de drive thru y la maternidad es valorada, examinada y controlada por el estado. La figuración de este escenario marcado por un cierto populismo, por las pulsiones evangelizadoras y por el rigor autoritarista parece hoy una parábola sobre el Brasil contemporáneo, aunque el film de Mascaro fue realizado antes de la victoria de Jair Bolsonaro en la elecciones presidenciales.
En la realidad que imagina Divino amor encontramos a Joanna (Dira Paes), que aprovecha su posición de notaria para convencer a aquellos que quieren divorciarse de que su amor sigue vivo: una devota de Dios que utiliza la burocracia para predicar su fe en el amor. Lamentablemente, Joanna no tiene todo lo que desearía, ya que, pese a los múltiples intentos, ella y su marido son incapaces de concebir un hijo.
Al contrario de lo que marcan los códigos tradicionales de la ciencia ficción, Mascaro apenas invierte esfuerzos en definir las peculiaridades del universo de Divino amor. Del mismo modo que las anteriores obras del brasileño no requerían de subrayados para demarcar la frontera entre realidad y ficción, aquí se propone un acercamiento moroso, prácticamente costumbrista, aunque con un aire onírico –gracias a la increíble fotografía de Diego García (Cemetery of Splendour, Wildlife) y la voz en off de una especie de bebé robotizado–, a un futuro que se parece demasiado al presente. El Brasil de Divino amor se entrega a una fe arraigada en un milagro que, al materializarse, se revela inoportuno para los poderes fácticos (Mascaro alude a las complicidades entre la iglesia y el poder gubernamental). A la postre, pese a que en algunos pasajes la película parece tomarse demasiado en serio a sí misma, Divino amor hace gala de una lucidez encomiable.