Adrián Orr (Niñato): Chuva é Cantoria na Aldeia dos Mortos, de Joaô Salaviza y Renée Nader. Una película bella, sencilla y honesta.

Alberto Gracia (La estrella errante): Climax, de Gaspar Noé (que me lo ha hecho pasar realmente mal, puro goce), El hilo invisible, de P.T. Anderson, Les enfants sauvages, de Bertrand Mandicco, la parte 4 de La flor, de Mariano Llinas (qué maravilla), La casa de Julio Iglesias, de Natalia Marín, La verguenza, de Ingmar Bergman, Carretera asfaltada en dos direcciones, de Monte Hellman, Meteors de Gürcan Keltek y Cold War de Pawel Pawlikowski.

Ana Shulz: (Mudar la piel): Petit a petit (1970) de Jean Rouch.

Ángel Santos (Las altas presiones): L’amant d’un jour, de Philippe Garrel, y Classical Period, de Ted Fendt.

Armand Rovira (Letters to Paul Morrissey): Arrebato de Iván Zulueta. Edición Blu-Ray: Esta nueva edición en Alta Definición redescubre la obra maestra de Zulueta y añade unos extras maravillosos de 4 horas, incluyendo el documental de Andrés Duques sobre Zulueta, Ivan Z, y algunos de los cortometrajes más representativos en los años 70 del cineasta vasco. Sin duda el pack perfecto del año.

Borja Cobeaga (Fe de etarras): Paddington 2, de Paul King. De igual manera que mi lista de lo más escuchado en Spotify está encabezada por El baile de los pajaritos, la película que más veces he visto este año ha sido la secuela del oso adicto a la mermelada. 73 veces la habré visto. De hecho la estoy viendo ahora. Por lo menos mi hijo no tiene mal gusto, la peli está bastante bien. Es como las de Wes Anderson pero sin ínfulas.

Carla Andrade (El paisaje está vacío y el vacío es paisaje): Chuva é Cantoria na Aldeia dos Mortos, de Joaô Salaviza y Renée Nader.

«The Other Side of the Wind», de Orson Welles.

Carlo Padial (Algo muy gordo): The Other Side of the Wind, de Orson Welles. Todas las demás palidecen a su lado. A esa película yo la llamo “El manotazo que hiela!”. Y eso que ni siquiera la pudo acabar, pero basta con intuir la puesta en escena para quedarte helado. Me impresionó tanto que me puse enfermo. Sé que a muchos críticos no les ha entusiasmado, pero mi mensaje amistoso para quien opina de esa forma es ESTE.

Carlos Balbuena (Cenizas): Cantares para una revolución, de Ramón Lluís Bande, y Aliens, de Luis López Carrasco. Dos películas que reivindican la memoria y se lanzan al abismo de su representación de una forma personalísima, lúcida y valiente. Y emocionante, muy emocionante. No sé sin son las mejores películas que he visto este año, nunca me lo planteo en esos términos, pero de lo que sí estoy seguro es de que, como cineasta, estas son las películas de las que más he aprendido este año y las que, consciente o inconscientemente, más presente voy a tener en mis próximos proyectos. No tengo ninguna duda.

Carlos Vermut (Quién te cantará): Entre las extracomunitarias, Hereditary, de Ari Aster. Entre las europeas, Suspiria, de Luca Guadagnino.

Celia Rico (Viaje al cuarto de una madre): Amante por un día, de Philippe Garrel. Porque están los elementos habituales del cine de Garrel, pero también hay algo nuevo y fascinante: Esther Garrel. Me conmueve la ternura con la que Garrel construye la relación padre-hija (dentro y fuera de la pantalla) y cómo, a pesar de las desilusiones y desencuentros de los personajes, al final hay espacio para la armonía.

Chema García Ibarra (La disco resplandece): Mandy, de Panos Cosmatos. Una película hermosa hecha por alguien que conoce y ama cada rincón escondido de Lo Fantástico.

Clara Roquet (El adiós): Roma, de Alfonso Cuarón. Le siguen de cerca Lazzaro feliz, de Alice Rohrwacher, y Entre dos aguas, de Isaki Lacuesta.

Cristóbal Fernández (Mudar la piel): La bocca del lupo (2009), de Pietro Marcello.

«Lazzaro feliz» de Alice Rohrwacher.

David Arratibel (Converso): Lazzaro feliz, de Alice Rohrwacher. Desde el primer momento entré sin filtros en ese mundo extraño y mágico y, cuando terminó, no quería salir de él porque me hizo sentir bien. Un película para reconciliarse con el mundo, así de necesaria.

Elena López Riera (Los que desean): High Life, de Claire Denis.

Elena Martín (Júlia Ist): Me and You and Everyone We Know (2005), de Miranda July. Ya había visto The Future (2011) y este invierno he visto la ópera prima de July. Las complejidades emocionales del ser humano parecen explicadas sin esfuerzo. Ternura y mala leche, todo a la vez.

Elías León Siminiani (Apuntes para una película de atracos): Entre dos aguas, de Isaki Lacuesta. No hay película en todo el planeta este año que llegue donde llega esta.

Eloy Domínguez Serén (No Cow on the Ice): Os mutantes (1998), de Teresa Villaverde. Desgarradora y demoledora, pero también repleta de ímpetu, nervio y temperamento juvenil. Sentí una profunda identificación y empatía con esos jóvenes mutantes lisboetas, sin duda por nuestras semejanzas en cuanto a generación e idioma. Tuve la fortuna de verla en 35mm en el festival Novos Cinemas, en Pontevedra. Una experiencia que tardaré mucho tiempo en olvidar.

Eva Vila (Penélope): Entre dos aguas, de Isaki Lacuesta. Por el reencuentro del cineasta con lo real. El mundo, como todo aquello que es contradictorio, exige que el cine intervenga en sus asuntos produciendo sentido, haciendo reflexional al espectador a partir del respeto por la irreductible opacidad de las personas y las cosas.

«La flor» de Mariano Llinás.

Gabriel Azorín (Los mutantes): La flor, de Mariano Llinás. La vi las noches del 23, 24 y 25 de noviembre en Tabakalera (Donostia) y ahora todas las demás películas me parecen poco ambiciosas. La flor no es una película, es la obra de toda una vida, la retrospectiva de un cineasta comisariada por ese mismo cineasta. Además ver La flor genera comunidad: todos aquellos con los que compartí esas tres noches son ahora un poco más amigos que antes de La flor.

Helena Girón (Plus Ultra): El Quilpo sueña cataratas (2012), de Pablo Mazzolo. Pude verla gracias al (S8) Mostra de cinema periférico en A Coruña.

Ilan Serruya (Reunión): Gimcheoul, de Jorge Suárez-Quiñones. Por narrar con destreza magistral un «retrato coral» centrado en un solo personaje, complejo y con tantas aristas como su relación con el tiempo y los espacios que habita. Es una película que se lanza al vacío y asienta la fuerte personalidad que ya caracteriza la filmografía del autor.

Irene Yagüe (La grieta). Después de ver este año Caras y lugares, de Agnès Varda, me volvió a enamorar Sin techo ni ley (1985), de la misma directora. Por crear un personaje femenino libre y vivo, en contraste con el coro, insatisfecho y con miedos por la debilidad que le confieren sus juicios sociales.

«El hilo invisible» de Paul Thomas Anderson.

J.A. Bayona (Un monstruo viene a verme): El hilo invisible, de P.T. Anderson;Custodia compartida, de Xavier Legrand; y La casa de Jack, de Lars Von Trier.

Juan Cavestany (Esa sensación): Burning, de Lee Chang-dong; La balada de Buster Scruggs, de los hermanos Coen; y Roma, de Alfonso Cuarón.

Julián Génisson (Esa sensación): Climax, de Gaspar Noé.

Laura Ferrés (Los desheredados): Estrenada: A fábrica de nada, de Pedro Pinho. Reencontrada: Poetry, de Lee Chang-Dong.

Lluís Galter (La substància): The Other Side of the Wind, de Orson Welles.

Luis López Carrasco (Aliens): Easy (2ª Temporada), de Joe Swanberg. La descripción atenta y pormenorizada de ligerísimas y banales experiencias vitales permite a Swanberg tejer un fresco de gradual complejidad sobre una multitud de vidas diversas en la ciudad de Chicago. En la mejor tradición realista, tangible y cotidiana del cómic norteamericano de finales del siglo pasado (Matt, Bechdel, Pekar, los dos Brown, Seth).

Manel Raga (Grbavica): First Reformed, de Paul Schrader.

Manuel Muñoz Rivas (El mar nos mira de lejos): Western, de Valeska Grisebach. Rostros, cuerpos, espacios, con presencia y verdad… Una película muy física, las cosas se palpan, huelen, crujen. Es sutil y elegante en el tratamiento de una trama sencilla en la que resuenan temas complejos. Ligereza y gravedad bien despachadas.

María Antón Cabot (<3): Dos descubrimientos. Uno en el Reina Sofía: Trás-os-montes (1976), de Margarida Cordeiro y António Reis. El otro por casualidad en Donosti: Margarita y el lobo (1969), de Cecilia Bartolomé.

«Entre dos aguas» de Isaki Lacuesta.

María Pérez Sanz (Malpartida Fluxus Village): Entre dos aguas, de Isaki Lacuesta.

Mauro Herce (Dead Slow Ahead): The Day After, de Hong Sang-soo. Y en segundo lugar, Zama de Lucrecia Martel.

Meritxell Colell (Con el viento). La vendedora de fósforos, de Alejo Moguillansky, y Entre dos aguas, de Isaki Lacuesta. Ambas por ser un canto a la vida y el cine, un cine hecho con mucho amor, no solo por el propio cine sino por las personas y la realidad que retratan. Y una mención a una revelación, el cine de Jorge Sanjinés, y especialmente a La nación clandestina (1989), donde la libertad del relato hace mover la realidad en todas sus dimensiones temporales y espaciales.

Miguel A. Blanca (Quiero lo eterno): Mudar la piel, de Ana Schulz, Cristóbal Fernández; El sacrificio de un ciervo sagrado, de Yorgos Lanthimos; Braguino, de Clément Cogitore; y un corto titulado Mot de passe: Fajara, de Patricia Sánchez Mora y Séverine Sajous.

Míguel Ángel Pérez Blanco (Europa): La Flor – Primera Parte, de Mariano Llinás; Soñadores(2003), de Bernardo Bertolucci; Los amantes regulares (2005), de Philippe Garrel; Antes de la revolución (1964), de Bertolucci. “Hacer películas para que el cine exista”, citaba Mariano Llinás a J.L Godard con motivo de su Master Class y presentación de La Flor en la pasada edición del Festival Márgenes. La misma semana fallecía Bertolucci, director de Soñadores. Llinás me hizo pensar en las imágenes que desplegaba aquella película: Godard, Tod Browning, Chaplin… Conocí a Nicholas Ray, a Fuller; a estos grandísimos cineastas gracias a Soñadores. “Henry Langrois proyectaba cualquier película para evitar que el cine se pudriera”, concluye el bello prólogo de Michael Pitt. Aquella presentación también incluía a un jovencísimo Louis Garrel, hijo de Philippe Garrel. Casi cuatro generaciones unidas, salvadas por –y para– el cine. Varios años después, Bertolucci me condujo a Los amantes regulares. En uno de los planos más hermosos del cine contemporáneo, Clotilde Hesme mira a cámara y pregunta: ¿Has visto Antes de la revolución?

Mònica Rovira (Ver a una mujer): Lazzaro feliz, de Alice Rohrwacher. Me cautivó de principio a fin. Cómo no rendirse a una fábula atemporal con un personaje tan radicalmente bondadoso y no reconocer en ella ecos del momento que nos ha tocado vivir. Me fascinan la honestidad y libertad con las que Rohrwacher construye esta película de imágenes pregnantes que respiran verdad.

Natalia Marín (La casa de Julio Iglesias): Lazzaro feliz, de Alice Rohrwacher; Entre dos aguas, de Isaki Lacuesta; y Hereditary, de Ari Aster.

Nila Núñez (Lo que dirán): El espanto, de Pablo Aparo y Martín Benchimo, un documental curioso, interesante y muy divertido que juega con la delgada línea entre lo real y la ficción. Y también Todas las mulleres que coñezo, de Xiana do Teixeiro, un documental imprescindible, valiente, sincera y honesta, para pensar y crear debate. No conozco a nadie que se haya quedado indiferente.

«Roma» de Alfonso Cuarón.

Pedro Almodóvar: Roma, de Alfonso Cuarón. Al principio la película no tiene prisa en mostrarse, aparece un bloque de escenas tan cotidianas que parece que no hubiera trama. Antes de llegar al meollo del relato, hay muchas puertas que se abren y se cierran, el coche familiar tratando de aparcar en un angosto espacio, los niños siempre gritando, la llegada y la despedida del padre, los perros, las mierdas de los perros….la vida, en definitiva, y sus pequeños rituales cotidianos. Y sobre todas estas cosas, Cleo, la nany del niño Cuarón. Para hablar de ella, de su familia, de su barrio, de Méjico y de una época tan convulsa como el final de los 60 e inicio de los 70, Cuarón se decide por un relato neorrealista que también es una epopeya. El mejor y más sencillo Rossellini junto a la grandeza de Eisenstein. Una proeza que hay que ver y adorar en los cines.

Samuel Alarcón (Oscuro y lucientes): Ainhoa, yo no soy esa, de Carolina Astudillo. Tiene la virtud de hablar de una época a través del retrato de una adolescente cualquiera.  Una película-ensayo sobre la familia, el cine y la condición femenina con material de archivo y la propia experiencia de la autora.

Samuel M. Delgado (Plus Ultra): Kristallnacht (1979) de Chick Strand. Parte del programa Canyon Cinema 50 en el (S8) Mostra de Cinema Periférico.

Santos Díaz (A liña política): De L´amitié (2018), de Pablo García Canga. Tres palabras vinieron a mi mente al ver De l´amitié: economía, proporción y emoción. Tres palabras importantes para un cine del 2018. En los treinta minutos que dura este cortometraje encuentro un retrato justo de ciertas emociones de juventud y una comunicación honesta y rigurosa con el espectador. Arboretum Cycle (2017), de Nathaniel Dorsky. Técnicamente es del años pasado pero en la práctica no pudimos disfrutar de ella hasta el 2018. Fue una tarde de junio en el CGAI, en Coruña. Destaco el momento y el lugar porque no es un filme que puedas ver en cualquier lugar de cualquier manera. Es difícil describir una película como esta, entrar en ella es una meditación, compartir la experiencia de una mirada, es algo muy lejano a las palabras, yo pensaba todo el tiempo en Cézanne frente al paisaje. Dorsky me emocionó profundamente.

Virginia García del Pino (Improvisaciones de una ardilla): Apuntes para una película de atracos, de Elías León Siminiani. Por su ternura y porque el cine se pone al servicio de una amistad.

Xacio Baño (Eco): La muerte del Sr. Lazarescu (2005), de Cristi Puiu.

Xurxo Chirro (Carta a Herzog): Le livre d´image, de Jean-Luc Godard.